Nación y estados, republicanismo y violencia
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A juicio de García Granados, desde ese primer momento, Arce demostró que no
tenía “talento estratégico”, pues a pesar de contar con la ventaja militar de poseer
una tropa disciplinada, en la que 500 hombres eran veteranos, comenzó obrando
a la defensiva en los llanos de Arrazola, cuando con una fuerza de 700 hombres
derrotó a los salvadoreños, pero les permitió emprender la retirada.
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Siguiendo a Montúfar y Coronado, García Granados concluye que, a los ojos
de la historia pasada, resultaba un error pensar que Guatemala podía derrotar
a los salvadoreños con un ejército mediano
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y, por su parte, Montúfar subraya
que él opinó que no se invadiese El Salvador para no prolongar ni fomentar la
guerra, pero el jefe Aycinena era favorable a llevar la guerra hasta destruir al
estado vecino, pues su único objetivo era la seguridad del estado de Guatemala
y el escarmiento de los salvadoreños.
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De esa forma, la Guerra Federal empezó
en lugar de acabar.
El “tercer frente de guerra” fue protagonizando por las tropas guatemaltecas y
las aliadas hondureño-nicaragüenses y tuvo, igualmente, dos fases. La primera
de ellas se centró en la decisión del gobierno federal por controlar los principales
recursos (el tabaco) de la República federal. Se inició también en marzo de ese año
de 1827, debido al intento del gobierno federal por controlar la producción de
tabaco –principal fuente de ingresos de gobierno de la República– en momento
en que la Hacienda federal estaba en bancarrota y sujeta a las exigencias del
empréstito inglés de 1825. El gobierno de Arce consideró que, sabiendo las
simpatías federalistas del presidente de Honduras, Dionisio Herrera, este no
dudaría en prestar apoyo a los salvadoreños y, sobre todo, que corría el riesgo de
ver confiscada la principal renta de la República. Por ello, aprovechó el hecho de
que Herrera se viera cuestionado por la Asamblea hondureña, al declarar que
él no ocupaba su cargo en propiedad sino provisionalmente, por lo que llamó a
nuevas elecciones.
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11 García Granados, Memorias, I, pp. 85-86 y p. 89.
12 ibid., I, p. 84.
13 Montúfar y Coronado, Memorias, pp. 65 y 81.
14 ibid., p. 61.