Nación y estados, republicanismo y violencia
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disponibles para defender al estado de Guatemala.
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Para febrero de 1828, se
discutió sobre la posibilidad de eximir a los indígenas de los alistamientos que se
habían hecho para sostener el Ejército y las milicias. La postura del secretario de
Estado, José Francisco Córdova, muestra las condiciones bajo las cuales se habían
enrolado indígenas. En su informe a la Asamblea, reconocía que:
(…) se ha mandado de algún tiempo a esta parte que se contase con ellos
para la distribución, reunión y remisión de los cupos; siempre eligiendo
solteros (…) y últimamente se ha prevenido que solo se designen para el
servicio militar a los que poseen el idioma castellano y que por sus demás
circunstancias son de los que se llaman aladinados.
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Así, Córdova confirma el hecho que la incorporación de indígenas a las fuerzas
militares provenía de las necesidades crecientes de soldados en el frente y la
retaguardia en una guerra que se había alargado más allá de todo cálculo por
parte de bando centralista. A lo largo de 1827, la Ciudad de Guatemala había
visto aproximarse a las fuerzas salvadoreñas en marzo, mayo y diciembre, hechos
que marcaron retrocesos o derrotas para los cuerpos militares federales y del
estado de Guatemala. La reconstrucción de estos ejércitos se había hecho con
voluntarios de Quetzaltenango y Guatemala, acompañados de alistamientos
forzosos en estas ciudades y otras zonas.
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Córdova justificaba la utilización de
indígenas en el servicio, porque no debía existir una excepción entre esta “clase” y
36 Tal como lo recuerda la amenaza de las fuerzas provenientes de El Salvador en marzo de 1827:
“Los alistamientos se hicieron con un rigorismo extraordinario: el labrador fue arrancado
de sus pacíficas ocupaciones para convertirse en guerrero; el estudiante abandonó las aulas
para tomar las armas ó mantenerse escondido y fugitivo; no se podía vacar libremente á
las obligaciones religiosas, porque en los atrios de los templos se ponían en atalaya partidas
de tropas que sorprendían a los hombres y los conducían a los cuarteles. No había excepciones,
y hasta a los individuos de las municipalidades que no mandaban puntualmente sus cupos
se les imponían multas, se les conducía presos a la capital y eran agregados a las armas y
condenados a un servicio forzado de cuerpos activos. De esta manera, todo se puso en acción,
pero también a todas partes se llevó el desorden y el descontento. Este aumentó por la escasez
de abasto que se hizo sentir en la Capital, de donde se retiraron los indígenas que la surtían de
víveres, temerosos de las vejaciones que se les hacían sufrir siempre que se trataba de conducir
bagajes”. Alejandro Marure, Bosquejo histórico, tomo II, p. 480.
37 AGCA, C1 leg. 97 Exp. 2735, op. cit., f. 12. Énfasis en el original.
38 En este último aspecto, Córdova había reconocido que se ha tenido que “trabajar contra la
oposición de nuestros pueblos al ejercicio de las armas”.