La primera guerra federal centroamericana, 1826-1829
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esta última, participaban propietarios, religiosos y cofradías. La lógica establecida
para los remates obligó a las autoridades a tratar, en forma fragmentada, con la
enorme variedad de situaciones locales y asentistas que significaron problemas
constantes para las arcas públicas.
En cuanto a los negocios que produjo el aguardiente, de parte de las autoridades
se aceptó que el asentista pudiera arrendar el estanco asignado en subasta.
Aunque fuese una medida que rayaba en lo ilegal, se tomó porque facilitaba
que el asentista cumpliese con las obligaciones fiscales que había asumido, hecho
que era valorado como clave en esta renta por el Gobierno. A nivel local, el
aguardiente implicó otros problemas que hicieron odiosa esta renta. Por un
lado, comunidades indígenas alejadas de los principales centros de asentamiento
ladino vieron cómo estos se incorporaron a la vida comunitaria a través de la
adquisición de tierras para trapiches y la asignación del estanco respectivo. Por
ello, se daba la aparente contradicción que algunas comunidades apoyaran la
prohibición o el libre comercio del aguardiente, para evitar mayores presiones
hacia ellas de parte de individuos externos. Y un punto importante de esta renta
fue la participación de las mujeres en el negocio, tanto clandestino como legal, ya
sea como vendedoras o productoras.
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Las cifras de ingresos provenientes de aguardiente y chicha muestran dos etapas
de aportes significativos y otro de baja considerable. Se observa un ingreso
estable, alrededor de 40 000 pesos entre 1824 y 1827, para mostrar una caída en
los años posteriores, ya que en 1830 solo se recibieron alrededor de 34 000 pesos
y cayeron a 18 662 en 1832, ante la desorganización de la guerra en curso.
Un apoyo para este tipo de rentas fue el establecimiento del estanco de chicha,
que ocurrió en enero de 1822. En la legislación para el estanco se justificaba
esta contribución por las urgencias del erario. Se autorizó una cuota de
licencia de venta en diez pesos en los partidos de Totonicapán, Sacatepéquez,
Suchitepéquez, Verapaz, Chiquimula, Chimaltenango, Escuintla, Sonsonate,
Santa Ana, San Miguel, Tegucigalpa, Gracias y Granada. Aunque oscilaban, las
8 Renee Reeves, Ladinos with Ladinos, 129; Leticia González, El estanco de bebidas embriagantes; Rosa
Torras,“Así vivimos el yugo”, 81-100; Daniele Pompejano, La crisis del Antiguo, p. 35 y ss.