La primera guerra federal centroamericana, 1826-1829
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de manera que todo el peso de la guerra lo sostenían los departamentos de
San Salvador, Zacatecoluca y San Vicente, de la que llegaban los principales
recursos.
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De ahí que los sitiados entendiesen la importancia de la defensa “casa
por casa” para frenar el avance federal y salir victoriosos con la desmoralización
de sus tropas, cada vez reducidas a los reclutas guatemaltecos.
El caso del sitio de la Ciudad de Guatemala en abril de 1829 empezó con el corte
del agua proveniente del poblado de Mixco. Al mismo tiempo, exigió detener el
auxilio que el coronel Irisarri traía a los federales desde Los Altos, derrotándolo
Morazán en la población de El Tejar, Chimaltenango. El 9 de abril de 1829, al
mando de Raoul, el ejército aliado atacó la línea defensiva exterior y la tomó
por el lado norte. Los situados no creyeron poder defender la segunda línea y se
apertrecharon en la tercera, o sea el recinto de la plaza y sus manzanas adyacentes.
Todo fue cuestión de tiempo bajo la presión psicológica del inicio de los saqueos
y pillaje de la ciudad por parte de elementos de la tropa aliada, así como de
parte de algunos de sus habitantes. Tres días después, los oficiales federales y el
gobierno guatemalteco capitularon cercados en el Centro Cívico de la ciudad.
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c) La plurietnicidad de las tropas y de los cuerpos de apoyo. Desde el inicio de
la Guerra Federal, con la apertura del frente de Los Altos, los partidarios del
depuesto gobernante Barrundia habían tomado la decisión de reclutar indígenas
para reforzar las tropas opositoras al presidente Arce. Todo empezó cuando
el jefe político quetzalteco, José Suasnavar, pidió a los habitantes de su ciudad
una suscripción para levantar un cuerpo de tropa. Como no había dinero para
pagarla, lanzó la idea de decomisar objetos de culto a la Iglesia y apoderarse
de los capitales de las cofradías y “obras pías” indígenas.
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Paralelamente, en
Suchitepéquez, el jefe político Juan José Gorris levantó compañías cívicas de
indígenas y generalizó la fabricación de pólvora también con dinero de las
cofradías y de las obras pías.
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Tal decisión, que rompía con la tradición colonial
de no armar a los integrantes de las comunidades, se pudo dar por la apuesta
60 ibid., II, p. 303.
61 ibid., II, pp. 251-254 y Montúfar y Coronado, Memorias, p. 132.
62 [Córdova]
Apuntes, pp. 48-49.
63 ibid., pp. 50-51 y p. 54.