Nación y estados, republicanismo y violencia
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a) La guerra de destrucción y pillaje. Según Montúfar y Coronado, tal práctica
la iniciaron las tropas salvadoreñas por órdenes de los oficiales colombianos y se
basó en los incendios de casas y pueblos para amedrentar a la población. Con
ello, sus habitantes empezaron a huir despavoridos hacia los montes y con la
mira de evitar el reclutamiento, con lo que las represalias de ambos bandos se
intensificaron.
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El pillaje se convirtió, asimismo, en una práctica de las fuerzas
guatemaltecas acantonadas en El Salvador, el cual redundó en la deserción de
muchos elementos de la tropa, que huían con el botín. Asimismo, la práctica de
sitios militares a los pueblos que circundaban la ciudad de San Salvador como
mejicanos y Soyapango, con el paralelo incendio de casas, tuvo el efecto contrario
al reforzar los sentimientos patrióticos de los salvadoreños.
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b) El recurso al sitio de las capitales. Cuando el 5 de marzo de 1828 las tropas
guatemaltecas incursionaron en el primer cerco de la ciudad de San Salvador,
apoderándose de parte de la artillería enemiga, las autoridades salvadoreñas
se vieron obligadas a concentrarse en el reclutamiento de más hombres, la
fabricación de pólvora, la preparación de municiones y el mejoramiento de las
fortificaciones interiores. Estas estaban basadas en el atronamiento de las casas,
el parapeto de plaza y la construcción de un ancho foso para protegerla. El día
12, la táctica guatemalteca se centró en quemar las casas en dirección de la plaza,
pero el viento que provenía de esta frenó los efectos deseados. El resultado fue
la obligada retirada de las fuerzas punitivas nuevamente hacia mejicanos. El
efecto moral de tal fracaso fue enorme, pues casi todo el 2.º Batallón federal,
compuesto por quetzaltecos, tomó el rumbo de Guatemala, aunque la caballería
los obligó a volver hacia el cuartel general. Ello supuso la necesidad de que
llegasen refuerzos, encabezados por el batallón de Chiquimula y una compañía
capitalina, que condujo municiones y dinero.
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Según García Granados, para
entonces la situación de los sansalvadoreños era difícil, pues la mayor parte de los
departamentos del estado les eran hostiles o indiferentes. En la primera categoría
estaban San Miguel, Santa Ana y Sonsonate y, en la segunda, Chalatenango,
57 Montúfar y Coronado, Memorias, pp. 114 y 116.
58 ibid., p. 127.
59 García Granados, Memorias, II, pp. 187-203.