La primera guerra federal centroamericana, 1826-1829
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de que el bando centralista tomó el poder en ese país.
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Por su parte, Raoul quien
también había servido en las guerras bolivarianas, fue contratado por Pedro
Molina durante su presencia en el Congreso de Panamá de 1826. Finalmente,
hay una serie de extranjeros que prestaron sus servicios durante la Guerra
Federal, que ejercían otras profesiones, como Terralonge que era hacendado,
o Gibourdel, cirujano. Tales hechos plantean el debate sobre una injerencia
mercenaria extranjera en Centroamérica.
Ahora bien, también, resulta fundamental destacar la importancia del papel
jugado por algunos de esos extranjeros como oficiales superiores en el seno de
los Estados mayores de las tropas federales y las aliadas. Por ejemplo, en el caso
de las tropas salvadoreñas, Rafael Merino y Prem, no solo introdujo disciplina
en la tropa, sino también tácticas de guerra novedosas y agresivas, como fueron
la guerra de guerrillas, la quema de casas, la dilación de los convenios, lo que
contribuyó a la capitulación en Mejicanos de la tropa guatemalteca al mando
de Montúfar, en agosto de 1828; una rendición que fue el principio del fin.
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Asimismo, Merino decidió pasar por las armas a los heridos convalecientes en
el hospital que los federales habían instalado en Santa Ana, una práctica hasta
entonces desconocida en Centroamérica debido al código de guerra español
existente.
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En pocas palabras, Merino logró levantar en esos meses un ejército
salvadoreño de 3 500 hombres, “medianamente bien organizados, instruidos
y disciplinados”.
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Para ello, involucró a los indígenas de los pueblos vecinos
a Mejicanos en misiones de recuperación de pertrechos que había perdido su
ejército en el repliegue hasta la capital salvadoreña y, luego, recurrió a ellos y
a los de Cuscatansingo, que eran “muy belicosos”, para fortalecer a su tropa,
elementos que le dieron confianza. La respuesta federal fue quemar el pueblo
de Mejicanos.
45 ibid., p. 112.
46 García Granados, Memorias, II, pp. 124-125.
47 ibid., I, pp. 130-131 y p. 139.
48 ibid., II, pp. 169-170.