Nación y estados, republicanismo y violencia

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de mucha carga del comercio de Guatemala con el golfo Dulce.

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 Luego, en 

el mes de julio de ese año, Morazán se retiró de la ciudad de San Miguel luego 
de apropiarse de “algunos efectos de comerciantes a quienes suponía adictos o 
partidarios de Guatemala”.

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i) La contrata de oficiales extranjeros y de mercenarios. Montúfar y Coronado 
no consideraban, en principio, como mercenarios a la mayoría de los ex oficiales 
extranjeros que ofrecieron sus servicios al Ejército de la Federación y a los 
cuales el gobierno federal les requirió sus servicios a partir de 1825, sabedor de 
su pasado castrense. Tales son los casos de Isidoro Saget y Richard Duplessis, 
quienes llegaron a Guatemala para trabajar en casas comerciales francesas. 
Ambos habían servido en las guerras napoleónicas. Sin embargo, Montúfar y 
Coronado sí consideró como mercenario a Perks, quien llegó desde México sin 
que se tuviese la certeza de que hubiese servido las armas profesionalmente

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y, como “inmoral brigandage” el comportamiento de Morazán en el saqueo de la 
ciudad de San Miguel después de la victoria de Gualcho, en el que el colombiano 
Guillermo Merino no quiso participar.

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Además de estos, estaba el caso de los 

antiguos oficiales que sirvieron las armas coloniales y que se integraron al ejército 
federal y a los de los estados como fue el caso de los españoles Francisco Cáscara 
y Manuel Jonáma. Asimismo, estaban aquellos que llegaron con las tropas de 
Filisola y se quedaron en Centroamérica (del chiapaneco Guzmán, del mexicano 
Vera, etcétera.). 

Por otra parte, se daba el caso de los militares que llegaron desde América del 
sur, fogueados en la lucha de independencia, como los hermanos Merino y Juan 
Prem, los franceses Soumaestre y Raoul, de quien Córdova sostiene que fue el 
introductor de la discordia y la anarquía en la República. Los Merinos como 
Soumaestre llegaron expulsados de Colombia por su ideología federalista luego 

41 García Granados, Memorias, II, p. 152.
42 ibid., II, p. 227.
43 Montúfar y Coronado, Memorias, p. 85.
44 ibid., p. 104.