Nación y estados, republicanismo y violencia

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aldeas y pueblos que se atravesaban.

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 A su vez, en tales caminos de herradura, 

la tropa solamente podía avanzar en una formación de dos en fondo, haciendo 
que dependiesen menos de sus oficiales que de los guías locales contratados, lo 
que introducía el elemento azaroso de la confiabilidad.

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f) El espectro de la deserción como resistencia y como descontento

El primer 

ejemplo de ello en el comportamiento de las tropas guatemaltecas se dio a 
raíz del triunfo en Arrazola, el cual se tradujo en la deserción de los reclutados 
que regresaron a sus hogares e impidieron que se persiguiese al que se pasó 
a denominar como el “enemigo” –las tropas salvadoreñas en su retirada a El 
Salvador–.

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 La deserción también afectó a las tropas salvadoreñas. Por ejemplo, 

el Batallón Santa Ana lo hizo en Izalco a raíz de su movilización hacia el frente 
de Sonsonate; el de esta localidad nunca llegó a movilizarse hacia la capital para 
reforzarla por causa de la deserción de sus hombres. Luego, durante la batalla 
de Santa Ana en diciembre de 1827, se dio inicio a la deserción masiva de las 
tropas de refuerzo para Guatemala, tanto las reclutadas en Sonsonate, como de 
las que habían quedado en las afueras de la ciudad para garantizar la retaguardia 
guatemalteca. El motivo de la misma ya no fue nada más producto de la oposición 
por parte de los campesinos enganchados al sacrificio, sino del descontento de 
la oficialidad subalterna ante la inoperancia de sus superiores, haciendo que la 
retirada del coronel Francisco Cáscara hacia Guatemala se diese solo con 800 
hombres de los 2 000 en que se componía la tropa inicial.

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 En resumen, la mala 

paga, el miedo, las lealtades locales y las constantes enfermedades

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 jugaron un 

papel enorme en la efectividad de los servicios de la tropa. El mismo Morazán 
victorioso no se escapó del espectro de la deserción como sucedió con sus tropas 
leonesas después de la batalla de Gualcho, molestas porque no se les dejó saquear 
la ciudad de San Miguel.

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32 García Granados, Memorias, I, pp. 105-107.
33 ibid., I, pp. 128-129.
34 Montúfar y Coronado, Memorias, p. 62 y ss.
35 ibid., p. 80.
36 García Granados describe en julio de 1828: “Cuando llegamos a Usulutlán, ya teníamos 

muchos enfermos, no solo de fiebres y fríos, sino de la enfermedad de los pies conocida entre 

las tropas con el nombre de chutuyes”. García Granados, Memorias, II, p. 227.

37 ibid., I, p. 104.