Blanca Marín Valadez
Espacios Políticos, Año XI, número 18, junio de 2019, pp. 79-97
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santo. No esperé más y junto con mi
amiga comenzamos la aventura hacia
la frontera.
El primer acercamiento me
impresionó mucho. Llegamos por la
noche a «la zona»
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, que está formada
por cuatro bares: el «Gitanos»,
el «Molino Rojo», el «Yamila» y el
«Kumbala», además de un comedor
que lleva por nombre «Viki Car».
En las afueras de los bares estaban
diversos grupos de mujeres, algunas
acompañadas por varones con quienes
platicaban y negociaban servicios
sexuales. Me acerqué al Molino Rojo
preguntando por san Simón y una
de las chicas me dijo que fuera al
Kumbala, que ahí lo podría encontrar.
Me dirigí al Kumbala. Cuando
pregunté por el santo, las respuestas
fueron cortas y frías, algunas de las
mujeres me veían de abajo para
arriba: «¿Para qué lo quiere?», «Vaya
a Itzapa, allá lo veneran». Les dije
que tenía la intención de ofrecerle un
cigarro y una cerveza. Se me acercó
una mujer apodada «la Vaca», me
tomó de la mano y me llevó tras una
barra de cervezas donde había un gran
altar rodeado de flores, candelas y
varias figuras de san Simón, rodeadas
a su vez de licor y cigarros. Fue
impresionante este primer encuentro.
La Vaca me contó que ella es devota
del santo y que todos los bares tenían
su altar. Platiqué un poco con ella y
4
De esta manera se le conoce en Macondo a la
zona de prostitución.
me fui. Ahora tenía que problematizar
el trabajo. En un principio la falta
de experiencia me hizo elaborar un
documento centrado en la ritualidad
de san Simón en la frontera, sin tomar
en cuenta a las devotas. El trabajo
de campo me hizo comprender que
esta devoción estaba totalmente
articulada con las mujeres, con la
prostitución, con la frontera; y que
no podía desdeñar el contexto social
donde esta personalidad religiosa se
inscribe y adquiere su significado.
1. Reflexiones metodológicas
El trabajo etnográfico fue uno
de los elementos más importantes
de la investigación. Conforme hacía
el trabajo de campo, mis relaciones
con las devotas fueron cambiando y,
entre más avanzaba, mis simpatías
y antipatías crecían. Me daba cuenta
que la interacción con estas mujeres
reflejaba mi propia identidad.
También era una extranjera en
aquel lugar, una mujer de origen
centroamericano que padeció en
algún momento las rígidas políticas
migratorias a través de la experiencia
de mi padre. Me gustaba la fiesta y
en algunos momentos la melancolía
me consternaba. Hacer trabajo de
campo en un bar de prostitución
requiere de ciertas estrategias. Las
mujeres del bar sabían qué hacía
allí, pero los clientes, no; algunas
veces fui invitada a tomar cerveza,
me solicitaban trabajos sexuales e
incluso hubo algunos momentos en