Carolina Rivera Farfán
Espacios Políticos, Año XI, número 18, junio de 2019, pp. 41-56
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de oraciones precisas para cuidar y
venerar la tierra, pero sobre todo la
milpa, cuyo maíz sostiene el cuerpo.
Esta religiosidad popular y campesina,
transversalizada por etnicidades de
distintos perfiles, al igual que la oficial
es posible gracias a la cuidadosa y
estratégica organización de prácticas
rutinizadas a través de una jerarquía de
cargos, funciones y responsabilidades
enmarcadas en la organización
interna, la transmisión de la creencia
y el desarrollo del ritual.
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Ambas expresiones, de la
religiosidad altamente institucionalizada
y la del usocostumbrismo tradicional,
construyen, desde dinámicas internas,
su propia geografía religiosa, reproducen
territorios y maneras de apropiarse
del espacio que se fundamenta en las
fidelidades –de orden confesional en
sentido amplio- que «es esencial para
su sentido de grupo invertir en íconos,
en emblemas, como demarcadores»
(Segato, 2008). Los íconos, como
marcadores, son los que emblematizan
al sujeto colectivo y no las fronteras
que fraccionan y disocian países; no
los estados-nacionales, no los límites
fronterizos que fragmentan naciones. El
paisaje humano, móvil y en expansión
demarca el territorio apropiado por
los sujetos religiosos; la religiosidad
se posiciona, a través de la creencia
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La antropología en México dedicó muchas
páginas al estudio de estas religiosidades.
Solo por mencionar algunas referencias
bibliográficas: Carrasco, 1976; Chance y
Taylor, 1987; Fábregas 1991, 1999; Rivera,
1998; Rus, 1995; Viqueira, 1995.
y la práctica, frente a una cultura
territorial construida históricamente,
pero moldeada recurrentemente según
los intereses, necesidades, planes,
coyunturas. El ritual, expresado en
clave de consenso, requiere de una
escrupulosa coordinación encabezada
por los sujetos que definen y articulan
la organización ceremonial sobre una
geografía particularmente creada y
pactada, por una acusada circulación de
símbolos. Sostener ese complejo campo
religioso transfronterizo requiere una
gran cantidad de recursos económicos,
puestos en juego bajo formas complejas
de reciprocidad y una aparentemente
confusa codificación de acciones y
normas ceremoniales, atravesada por
conflictos que se reproducen bajo la
mirada de los santos, dentro de marcos
culturales compartidos. Es la razón de
su vitalidad.
La flexibilidad de las prácticas
rituales es un medio de reubicación
social en términos horizontales y
verticales, cruzadas por aspectos
ordinarios de la vida cotidiana como
la del desempeño laboral, la condición
nacional (mexicano-guatemalteco),
la condición migratoria en que se han
involucrado miles de trabajadores
(irregular la mayoría), la perspectiva
política, entre otros. Observar la
geografía religiosa, la de las iglesias
altamente institucionalizadas,
así como las religiosidades de la
costumbre,
permite
reflexionar
sobre el mantenimiento de la
valoración de los símbolos clave,