Carolina Rivera Farfán
Espacios Políticos, Año XI, número 18, junio de 2019, pp. 41-56
43
elige estrategias de orden espiritual,
teológico-doctrinario, financiero y
político, que posibilita la visión de
proyecto, estructurado alrededor la
feligresía congregada en iglesia o
comunidad religiosa. Ciertamente, la
élite eclesiástica, o el grupo coordinador
de la religiosidad costumbrera, propone
la circunscripción de un área territorial
de acción, ocupación y práctica religiosa
que se van instalando y amoldando a las
culturas y necesidades de las feligresías
regionales. Estas expresiones forman
parte del campo religioso que, hasta
mediados del siglo pasado, estuvo
permeado mayoritariamente por la
Iglesia católica; sin embargo, a partir
de entonces otros credos cristianos no
católicos emergieron con tal claridad
y contundencia, haciendo que el
pluralismo doctrinario transformara
ese campo.
Desde la década de los ochenta,
cuando el decremento del catolicismo
en el sureste de México tuvo un notorio
repunte, otras opciones religiosas
cristianas empezaron a tomar un
papel cada vez más relevante como
aglutinador de fe. En Chiapas,
Tabasco y Campeche, al igual que en
determinadas zonas de Guatemala,
muchos espacios de sociabilidad
fueron ocupados por organizaciones
religiosas de toda índole, de manera
que la creciente competencia entre
catolicismo y protestantismo en el
campo religioso se reflejó también en
el campo político, especialmente en
ese país (Shäfer et al, 2013).
Nuevas comunidades cristianas
establecieron, desde entonces,
otras maneras de organizar y
administrar estrategias religiosas y
sociales, así como formas distintas
de resacralizar la vida cotidiana. A
la par perviven y subsisten, cada
vez con menos contundencia, las
ritualidades alrededor de santos y
vírgenes que entretejen su práctica
en el medio de cristianismos no
católicos. Segato (2008) sugiere que
esta manera de reconfiguración del
campo religioso es una característica
de la religiosidad contemporánea que
ha creado un nuevo orden territorial,
y se percibe en su pleno sentido
cuando son interpretadas a la luz de
la territorialidad que configura una
economía política del espacio.
El territorio, en ese sentido,
admite un espacio marcado con
los emblemas identificadores de su
ocupación por un grupo particular
que, a su vez, inscribe con sus
características, la identidad de ese
grupo que lo considera propio y lo
transita libremente. Es posible decir
que la territorialidad, entendida como
experiencia particular, histórica y
culturalmente definida, se da en un
contexto de pluralidad confesional.
1. Frontera: Guatemala-
México
La frontera sur de México
comparte historia y territorio
con Guatemala a lo largo de 956