Enriqueta Lerma Rodríguez
Espacios Políticos, Año XI, número 18, junio de 2019, pp. 21-38
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La población del borde mexicano-
guatemalteco apenas ha comenzado
a experimentar cambios drásticos
en su cotidianidad debido a la
instrumentación de dispositivos de
demarcación y a la construcción
de una franja fronteriza controlada
en ciernes. Esto no significa que no
existiera ya el imaginario instituido
e institucional de una frontera, pero
nunca de manera tan intensa como
en el último lustro.
En el caso de Chiapas, la
franja fronteriza comprende veinte
kilómetros al interior del país, paralelos
a la línea divisoria internacional, y
puede delimitarse considerando la
franja que conforman los diecinueve
municipios colindantes con
Guatemala, de sur a norte: Suchiate,
Frontera Hidalgo, Metapa, Tuxtla
Chico, Unión Juárez, Cacahoatán,
Tapachula, Motozintla, Mazapa de
Madero, Amatenango de la Frontera,
Frontera Comalapa, La Trinitaria,
La Independencia, Las Margaritas,
Maravilla
Tenejapa,
Ocosingo,
Marqués de Comillas, Benemérito de
las Américas y Palenque.
Si bien la franja fronteriza supone
una espacialidad de convivencia
cotidiana (un borde en constante uso
estratégico), y que puede llegar a
representarse como una zona franca
con Guatemala, la construcción de la
franja fronteriza controlada implica
la intención deliberada por parte de
los poderes económicos y políticos
por conformar una región que se
constituya en espacio de contención
de las relaciones cotidianas y de
mitigación de las «ambigüedades»
sociales, sobre todo si estas se
consideran «peligrosas».
La franja fronteriza controlada
busca evitar que las dinámicas del borde
se «desborden» –vaya la redundancia–
de una cierta área. En tanto frontera
controlada es una franja producida
a partir del ordenamiento territorial.
Es en esta operativización del control
del territorio que la expansión
recolonial del centro se hace presente:
pasa de la elucidación de una frontera
ambigua a una espacialidad conocida
y controlada, que busca completar la
producción de la frontera, a la que
se suma el proceso de delimitación y
de remarcación para lograr intervenir
el borde. La construcción de una
franja fronteriza controlada supone la
intencionalidad de intervenir en forma
efectiva y microsocial las interacciones
producidas en el borde y que todavía
están fuera del control del Estado.
Se pretende intervenir la posibilidad
creadora del imaginario instituyente
que permite el uso estratégico de
la frontera a sus habitantes, pero
también evitar, de manera urgente, la
erupción de imaginarios radicales: por
ejemplo, la demanda de libre tránsito.
Sin embargo, si el borde es
ambiguo para el Estado, no solo por