Espacios Políticos, Año XI, número 18, junio de 2019, pp. 21-38
Esta orilla que es nuestro centro. Producción imaginaria de la frontera:
Una mirada desde el borde Chiapas-Guatemala
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Chiapas, y con el refugio de miles de
guatemaltecos en la década de 1980.
Y aunque todo lo anterior forma
parte de la historia de la frontera
sur, aún ahora los tramos se siguen
produciendo de manera diferenciada;
no es una región homogénea, sino «un
espacio multirregional» (Fábregas,
1984, p. 6). Por lo mismo, tratar de
definir una conceptualización precisa
y única sobre la frontera nos coloca
ante a una espacialidad resbaladiza,
que algunos llaman «porosa»,
«líquida», «abierta», «elástica» o «en
avanzada».
Depende desde donde se mire.
Como ejemplo, Andrés Fábregas y
José Ramón González sostienen que
todo México es frontera: «y ello alude
al hecho de que en los lindes del norte
empieza o termina no sólo México,
sino América Latina entera» (2014,
p. 63); César Ordoñez (2001, p. 273)
ubica la instauración de una frontera
externa entre Chiapas y Guatemala a
partir de 1994, resultado de la firma
del Tratado de Libre Comercio entre
México, Estados Unidos y Canadá, útil
para la conformación de un bloque
económico norteamericano. Desde su
perspectiva, dicha frontera significaría
la avanzada de Estados Unidos sobre
el territorio mexicano, recorriendo su
control hacia Centroamérica.
En la propuesta que aquí se
ofrece, se considera que la frontera
casi siempre se configura a partir
de imaginarios sociales instituidos
e institucionales, y desde un centro
territorial que produce la «orilla» del
territorio (este último entendido como
el reclamo de dominio legítimo sobre
un espacio). Desde esta perspectiva
la frontera es una línea lejana, cuya
traza permite pensar los confines de
la horizontalidad terrestre, apropiada
en función de una determinada deixis
espacial. Con base en un punto se
habla de «frontera sur», «norte»,
«occidente» u otra. Desde la capital
mexicana la frontera siempre se
ubica en «la provincia» –como llaman
los capitalinos al resto de los estados
que no son su ciudad–, evoca un
lugar marginal y peligroso, exótico
y pueblerino. Para los noticieros
nacionales la del sur está en riesgo
de caer bajo la invasión de las
maras salvadoreñas o en control
de la delincuencia organizada; es
una espacialidad adecuada para el
narcotráfico, para la trata de personas,
para el contrabando de mercancías
robadas y la explotación sexual.
En los últimos años proliferan
las imágenes de cientos de niños
deambulando solitarios en la
urbanidad tapachulteca en espera
de ser «rescatados» por fundaciones
internacionales, ser devueltos a sus
países o de reunirse con sus padres en
Estados Unidos. Y si bien la frontera
puede ser caracterizada desde esta
imagen —dado que el imaginario se
nutre de estereotipos— es también
una pluralidad de contextos cotidianos
donde se viven situaciones locales