Rosa Torras Conangla

Espacios Políticos, Año XI, número 18, junio de 2019, pp. 5-18

15

Será a partir de los aportes de 

Mario Valdez (2006) –quien revisita 
la frontera entre Chiapas y Petén en 
los tiempos chicleros– y de Manuel 
Ángel Castillo, Mónica Toussaint y 
Mario Vásquez (2006) –en la obra de 
síntesis ya mencionada sobre el tramo 
completo de la frontera– que se ha 
empezado a romper con el supuesto 
de «frontera sur» que subyace en los 
estudios históricos elaborados desde 
México sobre la construcción de la 
frontera entre ambas repúblicas. 

En relación a ese punto nos 

advierte la politóloga Edith Kauffer 
(2010a, p. 30), a la luz de sus estudios 
sobre las cuencas transfronterizas; 
y queda insinuado, asimismo, por 
los antropólogos Andrés Fábregas y 
Ramón González Ponciano (2014, p. 
12) en su balance sobre los estudios 
de la frontera México-Guatemala.

3. Algunas reflexiones para 

el estudio de las fronteras

Asumir una visión transfronteriza 

como soporte teórico-metodológico 
implica centrar nuestras propuestas 
investigativas en historiar  las 
modalidades de colonización de 
Petén, impulsadas desde Guatemala, 
poniéndolas en diálogo con las 
mexicanas, con el fin de comprender las 

Edgar Joel Rangel, Compañías deslindadoras…;  

Martha Herminia Villalobos González, El 

bosque sitiado

dinámicas territoriales que incidieron en 

la definición del límite internacional y 

que explican la conformación del espacio 

transfronterizo entre ambos países.

Del lado mexicano, nos 

encontramos con una clara 

dinámica de frontera-frente hacia 

Guatemala bajo el supuesto de 

«espacio vacío»: tierra sin gente, no 

cultivada, sin propiedad reconocida 

legalmente y de inmensa riqueza 

–esperando ser explotada– son 

los constructos ideológicos que 

alimentaron el imaginario social 

sobre las fronteras internas de los 

Estados, en construcción de su 

propia territorialidad, concibiendo 

la frontera como el límite entre lo 

civilizado y lo salvaje. 

Era considerado «vacío» porque 

no había control sobre los pobladores 

ni sobre la propiedad de sus tierras; 

«virgen» porque si había cultivos, 

no estaban orientados al modelo 

agroexportador; era «fértil» en el 

entendido de que su inmensa riqueza 

natural debía ser explotada para el 

progreso del país. 

Sobre estos tres principios 

se construyó el aparato legal 

decimonónico destinado a gestionar 

recursos humanos y naturales –

legislaciones sobre enajenación de 

baldíos, colonización y deslinde de 

terrenos, sobre regulación/sujeción 

laboral, etc.– y se articuló el imaginario 

de frontera dirigido a legitimarlo, base 

para el impulso a la colonización que