Espacios Políticos, Año XI, número 18, junio de 2019, pp. 1-2
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LA MODERNIDAD
(IN) CESANTE
Patxi Lanceros
H
ace un tiempo, podría
pensarse que la modernidad
era un proceso (o un
proyecto) no solo inacabado, sino que
esencialmente inacabable. Quiere esto
decir que hubo algún tiempo en el que
la modernidad se pensó a si misma
como último avatar de la razón en la
historia, como compendio selectivo
y balance crítico de un largo y único
camino a través del cual la humanidad
se habría - ¿al fin, por fin? - encontrado
a si misma; y adulta ya, había sumido
(o podido asumir) por cuenta propia y
con sumo riesgo, con plena conciencia
y en ejercicio de responsabilidad, las
tareas que otrora habían sido confiadas
a instancias exteriores o superiores
- la naturaleza y los dioses,
básicamente - Culminando el trayecto
y trazado el mapa, quedaban,
ciertamente, ajustes: que se posponían
para el futuro (inminente) o se
proponían como futuro (evidente). Ese
futuro, por cuanto previsto, prefijado,
carecía de auténtica novedad. Los
ajustes (ultra o supra) modernos no
sería sino variaciones, necesarias sin
duda, sobre unos cuantos temas;
pero los temas estaban ya escritos:
prescritos y preescritos. Tan solo
quedaba algo así como «ese esfuerzo
más» que Sade, famosa e irónicamente,
pedía a los franceses. Para el caso se
trataba, con no menos fama pero sin
un ápice de ironía, de un esfuerzo
más para llegar a ser verdaderamente
republicanos y cosmopolitas, libres
y hermanos, solidarios: un esfuerzo
más por reclamar a los viejos dioses la
última chispa de su fuego, para vencer
las resistencias de una naturaleza
todavía algo ajena y un punto hostil,
para lograr una socialización plena y
sin reserva: extraña a las lacras de la
dominación y la exclusión. Un esfuerzo
más en un proceso-proyecto con fines
pero sin término: un fin sin fin(al).
Hace un tiempo, la certeza del
pronóstico pareció eclipsarse o
disiparse. La modernidad y todas las
instancias (teóricas y prácticas) que
en ella habían hallado fundamentado
y cobijo fueron auscultadas con rigor
(o con saña) y, en muchos casos,
denunciadas como imposturas.
También fueron contempladas como
figuras de un relato (de unos relatos)
que estaban confeccionándose a
base de múltiples olvidos, notorias
omisiones, crasos errores y, acaso,
perversas voluntades o aviesas
intenciones. Quedaba espacio, y
tiempo, para nuevas (s) elecciones, y
para una crítica más allá de la crítica
(moderna, por cierto y por supuesto).
«Posmodernidad» es una de esas