Blanca Marín Valadez
Espacios Políticos, Año XI, número 18, junio de 2019, pp. 79-97
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con quien tuve una relación mucho
más cercana fue con Sheila, quien se
asumía como prostituta, ya que, en
sus palabras «la prostitución era el
arte de la seducción.»
Sheila nació el 17 de noviembre
de 1976, de origen guatemalteco.
Cuando tenía seis años murió su
padre y a los catorce, su madre,
quien la dejó con tres hermanos y
dos hermanas. Ella vivió algunos días
sola cuidando a su familia; su mayor
preocupación era cómo iba a salir
adelante, hasta que un día llegó uno
de sus tíos y se la llevó a la casa de la
abuela, con el acuerdo de que él le iba
a dar escuela y comida mientras ella
ayudara a sus hermanos y colaborara
en las actividades domésticas.
La abuela vivía cerca de un ingenio
que llevaba por nombre el «Salto».
Ahí, la señora hacía comida para los
trabajadores y lavaba costales de
manta que el ingenio le mandaba; le
pagaban cincuenta centavos por cada
uno. Sheila se levantaba a las tres
de la madrugada para ayudar con las
tareas, que consistían en hervir los
costales y hacer el desayuno a los
tíos. A las seis treinta de la mañana
tenía que dejar todo listo para irse
a la escuela. Cuando regresaba, les
daba el almuerzo a los hermanos y
emprendía camino para vender la
comida que hacía la abuela.
Durante la década de los ochenta,
la familia de Sheila se vio envuelta
en una guerra civil que ellos no
comprendían. Vivían en una zona
de conflicto donde convergían los
militares y la guerrilla. La abuela
tenía una pequeña tienda donde
vendía pan y fruta, pero a cada
lugar que llegaban los soldados o los
guerrilleros, atacaban los poblados.
En una ocasión el ejército se llevó a
dos de sus tíos. Sheila narraba que
también la guerrilla se los llevaba; sin
embargo, no le consta, porque lo que
sí vio fue a niños kaibiles. Le tocó vivir
levantones, toques de queda, historias
de hombres que fueron confundidos
como guerrilleros y torturados,
encerrados en los calabozos y algunos
asesinados. Además, narra que tenían
que ser indiferentes ante la actitud
déspota de las reservas militares que
se sentían dueños de las personas.
Fueron muchos los años que
Sheila vivió bajo esas circunstancias.
Un día decidió ir a la capital para
trabajar en una fábrica de jabones.
Los fines de semana se dedicaba a
estudiar y entre semana laboraba;
así, obtuvo la carrera en educación
primaria. En ese lapso conoció a una
mujer nicaragüense que se dedicaba a
la prostitución y al baile en una barra
show, quien le propuso conseguirle
trabajo. Al principio Sheila se negó,
pero las necesidades en su casa cada
día eran más ignominiosas, y así
decidió bailar en el tubo. Era pequeña
cuando llegó al lugar y duró tres
meses aprendiendo a bailar. Tuvo que
mentirle a la familia, pues de pronto
Sheila mandaba bastante dinero; lo