Espacios Políticos, Año XI, número 18, junio de 2019, pp. 79-97
San Simón y su culto en un contexto de prostitución en la frontera México-Guatemala
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prostitutas entran al Kumbala. Todos
los asistentes bailamos, hacemos una
fila y movemos las caderas, sacudimos
el cuerpo, restregamos al santo entre
nuestros senos y lo agarramos a
besos. Quien dirige la fila de danzantes
comienza una procesión a los otros
bares, Iván ya nos espera subido en
una silla con un whisky que nos hace
beber directamente de la botella.
Algunas buscan cocaína para bajarse
la borrachera, lo que también provoca
que los ánimos se incendien y haya
problemas. Según Iván, en esta fiesta
nunca faltan algunos «agarrones»,
lo que hace terminar la ceremonia y
todos se van a dormir unas horas y
estar listos para la fiesta pública, a la
que los clientes pueden asistir.
A las ocho de la noche comienzan
a llegar los invitados. Cada bar tiene
su propio estilo para festejar al santo.
En el Gitanos promocionaban sexo en
vivo; en el Molino Rojo y en el Yamila
rifaban los servicios de algunas
mujeres. El Kumbala solo llevó una
marimba que amenizaría el festejo. A
las ocho, las mujeres ya tenían que
estar bien presentadas. Por la tarde,
un ejército de estilistas había arribado
al bar para embellecerlo aún más. Las
chicas se pusieron enormes pestañas,
grandes uñas y caminaban con gran
agilidad en preciosos zapatos de
tacón; lucían hermosas. Un séquito de
verdaderas diosas abrió la pista, cada
una tomó a su Moncho y comenzaron
a bailar con él. Seguro san Simón
estaba muy contento. Cuando acabó
el baile cada una fue invitada por
un cliente a pasar la fiesta; algunos
clientes se arrodillaban ante el altar
para agradecer algo. Hubo quienes
lloraban de agradecimiento por los
favores recibidos. Después de varios
días de fiesta, ya no tenía energía
para seguir y me retiré de ahí por la
madrugada; todavía seguía el festejo.
El lector que revise estas líneas
comprenderá también lo significativo
que fue conocer esta devoción, en un
contexto donde san Simón expresa
el deseo de seguridad y de bienestar
que piden las mujeres de estos bares.
Todas poseen sus propias historias.
Después de conocer personalmente
a varias de ellas cambió mi concepto
sobre la prostitución, sobre san Simón
y la importancia de esta deidad en el
contexto de sus vidas.
5. Mariposas amarillas
El bar albergaba a veintidós
mujeres de diversos rincones del
istmo centroamericano. La mayoría de
las trabajadoras tenía hijos, quienes
estaban a cargo de algún familiar en
sus países de origen. Los lunes, en
Macondo, los bares tenían prohibido
dar servicio, por lo que muchas
aprovechan para cruzar la frontera y
depositar en Banrural el dinero juntado
en la semana, y comprar alguna prenda
en el circuito comercial de Melilla
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. En
varias ocasiones tuve la posibilidad de
acompañarlas y establecer algunas
conversaciones, aunque realmente
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Melilla también es el seudónimo de una aldea
fronteriza de Guatemala.