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Espacios Políticos, Año X, número 17, agosto de 2018, pp. 75-94

La corrupción: la tentación que más lucra y seduce

empleo en estas condiciones, 

forzándose a corromperse o a quedar 

desempleados.

La corrupción corroe estructuras 

intermedias descaradas como las que 

se expresan en las pandillas, en los 

mecanismos de distribución de las 

drogas en las barriadas… Pero también 

se detecta en otras actividades más 

ocultas como el tráfico de personas, 

de mujeres; tráfico de órganos…

Con todo, también la corrupción 

se hace patente en la constante 

pretensión de evadir impuestos, no 

solo a nivel personal, sino desde 

asociaciones o empresas… Un 

lugar muy claro de corrupción es 

en la negativa a pagar los salarios 

justos para poder acumular más… 

También en la idea de los «salarios 

diferenciados», bajo la justificación 

de la competitividad. Asimismo, 

la corrupción se manifiesta en los 

sindicatos del Estado que muchas 

veces están inundados de vicios 

sociales y políticos que impiden 

que se puedan usar de modo más 

decisivo los fondos nacionales para el 

servicio público de salud, educación 

y alimentación. Es decir, se ha 

traicionado el fin por el que fueron 

constituidos…

La corrupción, señalábamos, 

es un ingrediente importante en 

la constitución de tejidos sociales 

maléficos como son los carteles, 

las «maras» y todo tipo de crimen 

organizado que tiene una estructura 

genial, pero para hacer lo malo 
y que, desgraciadamente, ganan 
cada vez más adeptos —a la fuerza 
o por atracción—. Todo ello hace 
que la corrupción que está detrás 
del dinamismo de las redes de 
organización y de distribución del mal 
crezca de manera exponencial.

Esta realidad supone, en palabras 

cristianas, la fuerza del mal, sobre 
todo, como ya indicábamos, bajo el 
aspecto de «avaricia» que se infiltra 
en la sociedad y en la cultura, por 
medio de la publicidad y del fomento 
de un consumo exorbitante. En la 
actualidad, el sistema económico está 
construido, prácticamente, con base 
en el capitalismo craso, cuyas reglas 
no son la producción y distribución de 
bienes fundamentales: alimentación, 
vivienda, educación, trabajo y 
seguridad social, sino el fomento 
de los bienes y los lujos; así como 
el aumento de la tasa interna de 
ganancia.

Los superfluo, como nunca, 

seduce a través de las grandes 
pantallas o por los celulares, punto de 
fascinación donde la población ansía 
y lucha por conseguir esos bienes de 
consumo; o se «consumen» por no 
poderlos adquirir de maneras lícitas. 
Todo ello impulsa a poblaciones 
enteras a vivir en un clima donde todo 
está permitido con tal de alcanzar los 
bienes que cautivan y embelesan de 
muchas maneras.