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Espacios Políticos, Año X, número 17, agosto de 2018, pp. 75-94
La corrupción: la tentación que más lucra y seduce
la corrupción, y por otra parte,
fincar la posibilidad de construir
mundos diferentes, basados en una
democracia participativa, con relevos
y en un marco de legalidad y de una
ética sólida basada en la justicia en
los ámbitos político, institucional,
económico, social y ambiental,
preservando y cuidando nuestra casa
común -la Tierra-.
Eso supone escuchar un llamado
ético interno que es sentirse parte
de una sociedad, lo cual lleva al
compromiso de no corromperse, por
decisión personal, y en parte también
por el legado que se debe dejar a
las nuevas generaciones; a la propia
descendencia. Si esto no se logra,
entonces el resultante será resignarse
a vivir, por siempre, conviviendo con
el mal, a veces provocándolo; y estar
sometidos al robo, a la extorsión, a
la ingobernabilidad y asistiendo al
crecimiento ingente de poblaciones
que viven en la extrema pobreza y
que mueren y agonizan.
Todo ello con el terror de verse
afectados, algún día, por amenazas,
como tener que pagar «impuestos»
cotidianos a las maras, a las mafias;
o caer muertos en la calle, por una
cuchillada o un balazo. Y lo peor de
todo esto es, que cada vez más se
toma este escenario como parte ya
aceptada del modo de vida.
La corrupción y la impunidad
crecen; ya casi no se vislumbra
una solución eficaz. Por ello es que
hay que investigar y analizar qué
es lo que fomenta y provoca la
corrupción y descubrir dónde están
sus despertadores, dónde su fuerza.
La corrupción etimológicamente es
una acción que rompe, destruye,
hace estallar algo. Es la corrupción
la que hace explotar cosas positivas
e impide un mundo más humano. No
hay que olvidar, sin embargo, que los
causantes de la corrupción no son
solo externos: hay algo en el interior
de cada persona que nos inclina o nos
previene de ello.
Actualmente, vemos dos
abordajes para explicar y luchar
contra la corrupción. Por un lado,
está la forma más frecuente; la
que más aparece en los medios de
comunicación, que considera que la
corrupción es un problema solo de
ciertos individuos y que atañe a la
violación del orden normativo (reglas
y leyes). Es decir, que la corrupción
se manifestaría a través de:
• Un problema individual
exclusivo de los ciudadanos
corruptos.
• Un sistema normativo-jurídico
débil que habría que fortalecer.
• Un sistema que es correcto
y justo, pero que tiene el
problema de los que se «saltan»
el orden establecido.
La solución, con base en esta
perspectiva, estaría principalmente
en fortalecer al «Estado de derecho»
y su capacidad para reprimir y
controlar los actos corruptos, además
de juzgar a todos transgresores de