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Ricardo Ernesto Marroquín

Espacios Políticos, Año X, número 17, agosto de 2018, pp. 3-27

transformación de las sociedades 
humanas. La ruralidad dejó de 
considerarse la forma «natural» de 
la sociedad e inició el proceso de 
crecimiento de las ciudades; lugares 
en los que se establecieron las 
primeras industrias y que requirieron 
de mano de obra capacitada para la 
utilización de las máquinas (Ritzer, 
1993, p. 7).

Durante cientos de siglos, desde 

la revolución neolítica, las sociedades 
constituyeron espacios de existencia 
para los seres humanos, cuya 
subsistencia se basaba en el trabajo 
agrícola. En términos generales, por 
ejemplo, la vida de los egipcios de la 
antigüedad y la de los europeos, en 
los últimos años del feudalismo, no 
se diferenció de manera especial. El 
trabajo de la tierra, con la aplicación de 
la fuerza de trabajo y la utilización de 
animales como medios de producción, 
fueron constantes que caracterizaron 
el surgimiento y desarrollo de las 
culturas del mundo occidental.

Sin embargo, cuando la agricultura 

profundizó su declive, como forma 
productiva preponderante de las 
sociedades, y la industrialización 
ganó terreno, con la subsiguiente 
ampliación de los centros urbanos; 
una nueva forma de pensamiento 
dominó la reflexión científica, tanto 
en el ámbito natural como en el social. 
La razón se impuso como el medio 
para la comprensión de la realidad. 
Los postulados de la modernidad 

ofrecieron una explicación sobre la 

existencia humana y prometieron 

el advenimiento de un orden social 

altamente productivo, con mejores 

condiciones de vida para la población.

Bajo la concepción lineal de la 

historia, el mundo moderno posibilitó 

la construcción de un futuro industrial 

y urbano. El mundo rural se identificó 

como una etapa primaria de evolución 

social, irracional, e incluso, atrasada, 

que debía ser superada o, en todo 

caso, utilizada como un medio de 

subsistencia de los centros urbanos. 

Las principales teorías sociológicas 

clásicas, tanto las positivistas, como el 

propio marxismo, reconocieron en la 

ruralidad las etapas, modos o estadíos 

primarios de la sociedad, en los que 

predominan relaciones sociales y 

productivas «primitivas» o «arcaicas», 

no basadas en la razón, sino en los 

sentimientos y en la superstición 

(Zeitlin, 1970, p. 47); justificaciones 

consideradas como válidas, para que 

los autores establecieran la necesidad 

de superarla.

La concepción moderna sobre 

la ruralidad implicó una serie de 

consecuencias, desarrolladas en 

estas sociedades, para la definición 

y valoración de los sujetos. En este 

ensayo es necesario resaltar dos de las 

más importantes: primero, la ruralidad 

se definió como una problemática en 

sí misma, al considerarla una etapa 

atrasada de la sociedad que implica 

una «traba» en general; segundo, 

se desvalorizaron los saberes de los