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Carlos Orantes Troccoli
Espacios Políticos, Año X, número 17, agosto de 2018, pp. 117-123
de la realidad concreta. Es decir,
el conocimiento y las verdades
originarias no surgen ni dependen de
sistemas científicos organizados o,
para ser más preciso, lo verdadero
lo es por su correspondencia con lo
real y por su verificabilidad en lo real
y no siempre depende de teoría que
lo argumente. Las teorías, siempre
son posteriores a las experiencias
racionales primarias. Esa es la lógica
de la explicación (etimológicamente:
desplegar).
La sistematización de los
conocimientos se intensificó con
la progresiva separación entre el
productor y su objeto de trabajo. El
conocimiento utilitario, vinculado a la
resolución de problemas prácticos o
a la explicación de lo incierto y de la
duda, debió organizar explicaciones
más completas, de realidades más
complejas. También fue necesaria
la sistematización para registro y
transmisión.
Las grandes transformaciones
en la producción las determinaron
inventos técnicos revolucionarios.
Este hecho produjo, en consecuencia,
importantes virajes en el acopio
teórico y reorganizó la cultura y los
modos de vida. Una fuerza productiva,
cuyo desarrollo habría de acentuar
las contradicciones capitalistas,
sin embargo, deviene un medio de
incremento en la acumulación del
capital que genera nuevas formas de
su circulación.
El momento actual revela que, en
la competencia intercapitalista y en el
empeño por la monopolaridad política,
las contradicciones fundamentales
se desplazan hacia la técnica que,
paradójicamente, encubre el papel de
la fuerza de trabajo. Lo mortal, dice
Heidegger:
no es la tan mentada bomba atómica…
Lo que amenaza al hombre en su
esencia es la opinión de que la
producción técnica pone al mundo en
orden, mientras que es precisamente
ese orden el que nivela a todo orden
o todo rango en la uniformidad de la
producción y, de este modo, destruye de
antemano el ámbito del posible origen
de su rango y reconocimiento a partir
del ser (Heidegger, 2014, pp. 218-219).
«Dejemos entrar a los objetos
técnicos en nuestra vida cotidiana
y al mismo tiempo los mantenemos
fuera, como cosas que no son algo
absoluto». A esta actitud llama
Heidegger, serenidad. Su ausencia
revela la persistente pregunta por el
ser (ver Serenidad).
Treinta y siete años más joven
—y francés— Michel Foucault, menos
helenista que Heidegger, inscribe la
práctica del poder, como relaciones,
e insiste, a partir del tomo II de El
Capital, que no existe un (sic) poder
sino varios poderes: «se trata de (...)
formas locales, regionales de poder