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Carlos Rafael Cabarrús Pellecer, S. J. 

Espacios Políticos, Año X, número 17, agosto de 2018, pp. 75-94

y de estar al borde de la muerte… es 
desde donde -si se toma conciencia 
de ello- puede emerger también el 
manantial.
 Lo cual no será fácil. Habrá 
mucho lodo que obscurezca donde 
están los borbotones de vida… Pero 
si la persona aún subsiste, porque 
es claro que está presente con vida: 
¡es que existe ese manantial!
 Ese 
mismo «ojo de agua» es el que va 
a ir indicando a las personas qué es 
lo que les da más fuerza, sentido y 
vida; y qué es lo que, en cambio, lo 
quitaría. Esto es lo que llamamos la 
voz de la conciencia, que es la voz de 
ese «manantial» en crecimiento… Así 
se empieza a discernir los dilemas de 
la condición humana.

La «conciencia» es, por tanto, esa 

voz del ser que a pesar de todo, aunque 
se hayan pasado situaciones terribles, 
emite por lo menos un leve sonido de 
vida y esperanza. Esto ayuda a darse 
cuenta de que la persona «es»; de 
que «existe». Con esa voz la persona 
detecta, entonces, lo que le hace bien 
y lo que la enferma. La conciencia 
de una persona que ha vivido en la 
miseria, el miedo, el hambre, una 
vez drenado tanto golpe interno y 
externado su dolor y rabia; comienza 
a saborear, poco a poco sus propias 
fuerzas; su vitalidad, su cuerpo 
mismo. Entonces podrá descubrir que 
experimenta en su corporeidad y en 
su energía, un sostén, un baluarte, 
un poder, ya que, a pesar de tantos 
agravios y golpes, ha quedado aún 

de pie, y ¡resiste! La resistencia es 
una de las máximas expresiones 
del manantial. La «resiliencia» es 
connatural a la vida.

Es también esa resistencia como 

fuerza positiva, donde queda claro que 
no es la revancha y la violencia lo que 
puede ayudar a salir de ese infierno. 
De estas pequeñas experiencias se 
puede barruntar lo que puede ser la 
dignidad de la persona y de la tierra. 
Puede entenderse que la bandera de 
la dignidad es de verdad ser libres 
de lo que ata y esclaviza. Se puede 
comprender que hay que erradicar 
del modo de vivir todos los «ismos»: 
machismo, sexismo, clasismo, 
racismo, proselitismos… Se puede 
palpar la fuerza que tiene el respeto 
al derecho ajeno. Se puede descubrir 
que lo diferente a lo propio no es 
amenaza sino oportunidad. Se capta 
que todo esto supone pretender una 
verdadera justicia donde cada quien 
reciba según sus necesidades. Se 
puede ir entonces fraguando una 
verdadera solidaridad, donde lo que 
prive sea la responsabilidad de unos y 
otros, y con el mundo… Todo esto va 
a ir construyendo caminos de equidad 
para luchar contra lo inhumano, lo 
corrupto, contra lo que hace que todo 
lo bueno se desvanezca y se mancille.

Todo esto implica que quienes 

estamos preocupados por las 
situaciones funestas y queremos 
cooperar a transformarlas, nos