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Carlos Rafael Cabarrús Pellecer, S. J.
Espacios Políticos, Año X, número 17, agosto de 2018, pp. 75-94
lujo que muchas veces ya no se puede
dar. Es una habilidad que también ha
sido golpeada contundentemente.
Cuando la posibilidad de vivir con
dignidad, se reduce al mínimo, se
termina aceptando lo que se puede
hacer para sobrevivir y se debilita con
eso el sentirse con derecho de una
vida más plena, más solidaria, más
armoniosa. Con más posibilidades de
vivencias éticas.
4.2 Aprender a vivir desde
la luz
De allí la importancia de que se
pueda descubrir y reconocer que
hay algo muy íntimo pero también
muy inconsciente, -como si estuviera
soterrado-, que ha permitido a la
personas y grupos a sostenerse
a pesar de todo. Encontrar que
la capacidad de resistir frente al
aplastamiento de sistemas malignos
es ya una expresión de fuerza vital.
Esta capacidad es el primer paso hacia
la indignación frente al presente, que
debe ser personal y grupal. Esto ayuda
a rehacer los tejidos sociales… De
esta base profunda puede entonces
emerger la «meta» de defender lo que
da vida personal y colectiva, y valorar
lo vital que ni la misma pobreza e
inequidad ha logrado arrebatar.
Por otra parte, tomar conciencia
—esto es muy importante— del hecho
de que siempre hay gente que está aún
en peores situaciones suele provocar
solidaridad y compasión, dentro de la
similar miseria. Y esto comienza a dar
sentido a la existencia...
Atender estos aspectos sicológicos,
es lo que en el pensamiento social
de la Iglesia se llama trabajar por
salvaguardar «la ecología humana».
Este respeto y fuerza de no solo
cuidar la naturaleza y el ambiente,
sino también defender al ser humano,
paradójicamente ¡de la acción del ser
humano! La ecología social no es
solo darse cuenta del destrozo del
mundo ambiental, sino de que hay un
deterioro radical de lo humano, pues
los humanos formamos parte del
ambiente, no somos dueños de él y
hay que custodiarlo.
Situaciones extremas de gente
en manifiesta precariedad, son para
quienes estamos en mejor situación,
una exigencia para brindar apoyo
y solidaridad con quienes están al
margen de la vida. Por su parte, el
impulso de la indignación de los que
están sufriendo más puede convertirse
en una lucha tenaz contra todo lo que
produce corrupción e injusticia.
Lo que hemos denominado
espiritualidad civil
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puede
transformarse en factor de amalgama
poderosa para unir colectivos en torno
a causas justas como la erradicación
de la inequidad y la corrupción,
especialmente, en la capacidad de
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Ver Cabarrús, Carlos Rafael. «Espiritualidad
civil» Transformado el mundo en un lugar
bueno para vivir». Cara Parens, Universidad
Landívar, 2014.