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Espacios Políticos, Año X, número 17, agosto de 2018, pp. 75-94

La corrupción: la tentación que más lucra y seduce

educativo, es precisamente ayudar 

a limpiar los corazones de todo ese 

aspecto negativo, dañino, que ha 

sido provocado por experiencias, 

sobre todo en la niñez, donde se hirió 

al infante, y con lo cual, se genera 

después en el joven y en la persona ya 

adulta, una predisposición a herir por 

donde fue herido, a querer vengarse, 

a tener reacciones desproporcionadas 

por ejemplo, al uso del dinero; a la 

añoranza por tenerlo, a contrarrestar 

situaciones de marginalidad y 

extrema pobreza de manera violenta 

en algunos o haberse acostumbrado 

a los lujos y extravagancia de una 

vida donde todo lo que se quería 

se obtenía sin importar cómo ni de 

dónde se sacaba…

El proceso de formación profunda, 

con una metodología específica

10

 

que pudiera por lo menos paliar y 

ojalá detener la corrupción contiene 

dos fases fuertes. En la primera 

fase, se limpian todos los lastres 

del pasado de las personas y de 

los colectivos. Allí se trabaja con 

las sensaciones negativas que han 

quedado grabadas en el cuerpo y en 

la mente, para provocar literalmente 

una evacuación, un vómito de todo lo 

que ha causado daño y así limpiarlo. 

Esto es lo que denominamos «drenar 

la herida». Se puede ir verificando 

10

 Esta metodología está descrita en varias 

publicaciones nuestras. Véase, por ejemplo, 

La Danza de los íntimos deseos, siendo 

persona en plenitud. Ed. Desclée de Brouwer, 

6.ª edición, Bilbao 2010. Así también en: Ser 

persona en plenitud. Ed. Fe y Alegría Caracas, 

Venezuela 2002.

con ello, que los traumas que han 

afectado la vida comienzan a perder 

fuerza. Las compulsiones y reacciones 

desproporcionadas dejan de tener 

el antiguo poder. Este taller se hace 

de una forma sistemática, en grupos 

y con personal especializado para 

atender esos procesos.

El problema es que toda esta 

capacidad de hacer el mal permanece 

de algún modo agazapado en 

el corazón humano, de manera 

inconsciente, esperando un detonante 

que lo dispare, una institucionalidad 

que lo racionalice y justifique. No 

hay que olvidar que las estructuras 

sociales y políticas están viciadas 

también y son capaces de contaminar 

los corazones y la sociedad en general. 

Normalmente, «darse cuenta de esto» 

requiere de un proceso que permita 

con libertad y transparencia, tomar 

conciencia de que llevamos en el 

corazón mecanismos que de manera 

muy racionalizada y disfrazada, 

nos lanzan no solo a hacer daño a 

otros, a nosotros mismos y al mundo 

que habitamos, sino también a 

«validar» aquellos comportamientos 

que deshumanizan. De manera 

que vivir deshumanizadamente 

resulta lo normal, incluso como si 

Dios permitiera que así viviéramos. 

Lamentablemente esto se da con 

más fuerza en situaciones de  

pobreza flagrante.

En ambientes precarios, salirse de 

esos lastres y permitirse soñar y desear 

profundamente algo diferente; es un