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Mónica Mazariegos Rodas
Espacios Políticos, año X, número 16, noviembre de 2017, pp. 29-50
4. La oposición y el viejo temor
colonial a la sublevación del
indio
Las tensiones centrales en el
debate sobre el reconocimiento de
los sistemas jurídicos indígenas en
Guatemala, ratifican la caducidad
de un modelo jurídico que es
incapaz no solo de atender (desde
lo material), sino también de
traducir (desde lo epistémico) las
necesidades de comunidades que se
encuentran marginadas del Estado.
Comunidades que de facto resuelven
disputas y conflictos, llegan a
acuerdos,
conviven,
«viven»,
en ausencia de las instituciones
oficiales.
A pesar de que la existencia de
sistemas de justicia comunitarios
no solo resuelve en gran medida
la falta de cobertura del sistema
oficial, sino también goza de
legitimidad por parte de los
usuarios (que son los sujetos del
derecho, cuya opinión debería
ser la que más resuena en este
debate), existen algunas razones
esgrimidas principalmente desde
los centros urbanos de opinión y
toma de decisiones, que se oponen
a este reconocimiento.
La mayor parte de estas
razones disfraza de «tecnicismo
jurídico» (dudas respecto de los
tiempos, lugares, modos y sujetos
de la jurisdicción indígena) una
oposición que, al tratarse de un
asunto de descentralización de la
aplicación del derecho ‒esto es,
del control de ciertas decisiones
sobre la propia vida colectiva‒ es
evidente y profundamente política.
Entre esta serie de alegatos que
reviven el viejo temor colonial
a la «sublevación del indio», se
encuentran:
4.1. El reconocimiento de
la jurisdicción indígena
divide a la nación e implica
legalizar el linchamiento y
la tortura
Se asume que Guatemala es
una sola nación (un solo pueblo, un
solo idioma, una sola identidad…)
y además, que se encuentra unida
y corre el riesgo de separarse a
causa de la modificación de un
artículo constitucional. Se soslaya
la existencia de una diversidad
de pueblos, de una mayoría de
población indígena, el dato colonial
de que el sistema dominante se
define por una minoría. Se soslaya
el hecho de que, más que el
reconocimiento de derechos, es la
negación del otro, el racismo, lo que
nos ha dividido profundamente.