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Espacios Políticos, año X, número 16, noviembre de 2017, pp. 23-28

Reflexiones en torno a la conferencia de Alberto Fuentes Knight

que mandan a sus familiares.  
Es decir, mientras la Constitución 
de 

1985 

fundamentó 

la 

subordinación al capital oligarca, 
los Acuerdos de Paz de 1996 
legitimaron las prácticas de 
privatización mientras el dinero 
internacional ‒fuese en remesas 
o en oenegés‒ liberaban de gasto 
social al Estado, permitiendo que 
la banca nacional y sus redes 
clientelares gozaran de lo que, 
por decreto constitucional, se le 
niega al que nace en Guatemala. 
Entendido así, la Constitución de 
1985 fue la legalización del robo 
social por parte del capital oligarca 
y su burocracia, incluyendo, por 
supuesto, al Ejército.

Todo en Guatemala sigue 

este 

patrón 

de 

beneficios 

corporativistas: el capital de la 
telefonía privatizada (TIGO), 
el subsidio al terrible sistema 
urbano 

de 

transporte, 

la 

privatización de los museos y sus 
piezas arqueológicas, el incentivo 
a las empresas bajo la Ley de 
Maquilas, la concesión territorial 
y de los recursos sociales a 
empresas privadas (minería, 
hidroeléctricas, 

petróleo), 

la 

privatización de la distribución 
de energía eléctrica (Deocsa, 
hoy Energuate). Guatemala es 

un país subordinado casi por 
entero a la lógica mercantil. 
La exención de impuestos 
a colegios privados y a las 
universidades es correlativa a la 
destrucción del sistema educativo 
público. Claro, conociendo la 
historia de este país no debería 
sorprender: su conformación como 
Estado partió básicamente del 
interés privado por la producción 
finquera, 

subordinando 

la 

población y los territorios 
‒principalmente 

indígenas‒ 

a la mercancía café, luego 
diversificada en caña y palma.

El mismo Estado ha sido 

la articulación de un ataque 
contra los habitantes de este 
territorio. Lo que comparten las 
constituciones de 1956, 1965 y 
1985 es la negación de la forma, 
digamos, arbencista del Estado, 
donde la producción mercantil no 
partiera del privilegio sino de la 
competencia.

La Reforma Agraria era una 

redistribución de la tierra, pero 
también un pacto de producción 
mercantil, buscando establecer la 
ciudadanía y el trabajo como las 
bases del pacto social. En cambio, 
las constituciones desde entonces 
han sido el correlato de una