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Espacios Políticos, año X, número 16, noviembre de 2017, pp. 3-22

La reforma del Estado en Guatemala desde las finanzas públicas 

representan casi el 30% del gasto, 

y este es un gasto muy rígido que 

no se puede simplemente eliminar 

o reducir fuertemente puesto 

que incluye obligaciones legales, 

que aún cuando sean espurias 

toman tiempo en ser modificadas. 

Luego están las clases pasivas, lo 

mismo es otro 8%, a lo cual se 

agrega el servicio de la deuda, 

y tenemos otra serie de aportes 

institucionales y constitucionales 

que 

también 

restringen 

el 

presupuesto. Al sumar todas esas 

restricciones lo que queda para 

gastar en inversión es un 8% del 

presupuesto total. 

El Ministerio de Finanzas, 

sujeto a las negociaciones con 

el Congreso y con otros actores, 

tiene en la práctica la capacidad 

para modificar 8% del presupuesto 

nacional en el corto plazo. El 

presupuesto no solo es pequeño, 

sino que además casi no se puede 

cambiar. De acuerdo con un 

estudio del BID, Guatemala está 

entre los países centroamericanos 

con mayor rigidez presupuestaria, 

mayor a la de otros países como 

Honduras, República Dominicana, 

Nicaragua y Panamá. Esta rigidez 

se combina con la incidencia del 

Congreso en la elaboración del 

presupuesto, que al combinar 

intereses políticos y privados 

ejerce un papel de veto similar al 

que tienen las fuerzas corporativas 

con los impuestos. 

Quinto, la corrupción se ha 

vuelto una parte fundamental de 

la política fiscal. De acuerdo con el 

estudio de Icefi y Oxfam, hay cinco 

vías por las cuales tiende a darse 

la mayor parte de la corrupción: el 

gasto de inversión, especialmente 

a través del Ministerio de 

Comunicaciones; trasferencias a 

las municipalidades y a los consejos 

de desarrollo; adjudicaciones en 

contratos abiertos, incluyendo los 

medicamentos, alimentos y ciertos 

servicios; y luego los fideicomisos. 

Este conjunto de rubros suma casi 

el 30% del presupuesto; que sería 

muy susceptible de corrupción, 

especialmente en presencia de 

mecanismos débiles de control. 

Sexto, el gasto social es 

realmente mínimo. Sumemos 

a eso la baja eficacia de esos 

gastos públicos y sociales en 

general, lo cual significa que el 

gasto público tiene una escasa 

capacidad de incidir en la calidad 

de vida, comenzando por la 

salud de la mayor parte de la 

población, ni de tomar en cuenta 

su pluralidad. Así, tenemos que 

la cobertura de la vacunación no 

parece estar correlacionada con 

los gastos en salud. Esto es un 

reflejo de corrupción, y vimos en 

los últimos años que como parte