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Espacios Políticos, año X, número 16, noviembre de 2017, pp. 3-22

La reforma del Estado en Guatemala desde las finanzas públicas 

de subcontrataciones de servicios 

públicos que tuvieron implicaciones 

muy directas para la política fiscal 

y para el funcionamiento del 

Estado en general. 

Primero, se impulsó la intro-

ducción masiva de contrataciones 

de oenegés en salud, educación, 

e infraestructura. Pudo detener-

se parcialmente en educación, 

pero en materia de salud y de 

infraestructura buena parte de 

estas contrataciones fueron un 

motivo y origen de la gran co-

rrupción y de la ineficiencia que 

ahora se encuentra en esos sec-

tores. Hubo también un debilita-

miento en el sector público en el 

área agrícola, donde se ampliaron 

las subcontrataciones y la exten-

sión agrícola en el Ministerio de 

Agricultura y Ganadería ‒MAGA‒, 

y se eliminó una larga historia de 

extensión agrícola que beneficiaba 

a los pequeños productores. 

También hubo privatizacio-

nes, quizás menos polémicas, de 

la electricidad, las telecomunica-

ciones y la aviación civil; aunque 

con serias deficiencias regulato-

rias y con la expectativa de que 

el libre juego de los mercados iba 

a solucionar todo. No se tomó en 

cuenta que también podía ge-

nerar nuevos problemas, como 

ha ocurrido con los conflictos 

asociados a la implementación 

de proyectos de generación de 

energía en varias áreas del país. 

La generalizada debilidad del Es-

tado, en buena parte, explica la 

incapacidad de resolver conflic-

tos generados en otros ámbitos 

como los de la tierra o la indus-

tria extractiva.

Tan importante como las 

demás políticas de esta época 

fue la amplia introducción de 

fideicomisos como mecanismo 

«ágil» de ejecución del gasto público 

durante el gobierno de Arzú, que 

permitió sacar del sector público 

el control de los recursos públicos. 

Con ello se pasaban los recursos 

a los bancos, sin que se pudieran 

fiscalizar, y se convirtieron, como 

sabemos, en una de las fuentes 

más grandes de corrupción. 

Durante estos años también se 

le dio un carácter autónomo a 

la administración tributaria, y 

específicamente se creó en este 

momento la Superintendencia de 

Administración Tributaria ‒SAT‒,  

con un superintendente nombrado 

por el presidente, no por el ministro 

de Finanzas, con lo cual de nuevo 

se debilitó la unidad de mando 

de finanzas públicas. Ya no había 

una sola política fiscal, pues el 

Ministerio de Finanzas realmente 

se quedó manejando solamente 

el gasto y algo de crédito público, 

mientras que los ingresos pasaron 

a ser dependientes de otra 

institución, autónoma. Fue otra