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Juan Alberto Fuentes Knight

Espacios Políticos, año X, número 16, noviembre de 2017, pp. 3-22

Todo lo anterior significa que 

el presupuesto guatemalteco es 

tremendamente rígido por el lado 

del gasto, a lo cual se agregan 

todos los problemas asociados a la 

corrupción. Tenemos restricciones 

severas: por un lado límites 

tributarios muy serios, y por otra 

parte, restricciones extremas en 

materia de cómo gastar. Ambas 

limitan de manera extrema la 

capacidad del Estado para actuar, 

para impulsar el desarrollo. 

Hay dos momentos adiciona-

les, aparte de la propia discusión 

y aprobación de la Constitución, 

que debilitaron ese poder ejecu-

tivo en particular. Uno es que se 

prohibió al Banco de Guatemala 

darle crédito al sector público, 

como resultado de las reformas 

constitucionales de 1993. Eso, 

por cierto, ya se había discutido 

en la Constituyente precisamente 

cuando los constituyentes neoli-

berales querían establecer un te-

cho del 10% del PIB al gasto pú-

blico. Al no poderlo hacer por la 

vía de un techo al gasto, se vol-

vió más fácil hacerlo limitándole 

su acceso al crédito, además de 

restringir su capacidad tributaria. 

La idea de limitar la capacidad del 

sector público de actuar fue muy 

consistente. 

El otro momento en que se 

adoptan disposiciones que también 

limitaron la capacidad del Estado 

para actuar tiene que ver con los 

recursos para la descentralización. 

Ya se habían ampliado los 

recursos para las municipalidades 

y los consejos de desarrollo para 

buscar el apoyo político de los 

alcaldes en 1985, y ello se amplió 

más en 1993, lo cual recuerda la 

idea de Buchanan que es mejor 

descentralizar para debilitar el 

poder del Gobierno central. Sin 

embargo, la dimensión ideológica 

neoliberal no parece haber tenido 

tanta incidencia en este caso 

puesto que tanto en 1985 como en 

1993 los partidos políticos estaban 

buscando el apoyo de los alcaldes 

para ganar elecciones generales. 

En 1993 también se prohibió 

hacer reasignaciones de gastos de 

inversión hacia el gasto corriente, 

que puede sonar razonable, pero 

a la luz de todas las restricciones 

que ya existían, hacía aún más 

restrictivo al presupuesto y su 

posible gestión por parte del 

Ejecutivo. 

Una segunda ola de 

restricciones y debilitamiento 

del Poder Ejecutivo ocurrió 

posteriormente, 

durante 

el 

gobierno de Álvaro Arzú. Esto es 

paradójico porque era un contexto 

en que se habían firmado y se 

suponía que debían implementarse 

los Acuerdos de Paz. Sin embargo, 

en la práctica lo que prevaleció 

fue un proceso de liberalización 

de mercados, de privatizaciones y