12

Espacios Políticos, año X, número 16, noviembre de 2017, pp. 3-22

La reforma del Estado en Guatemala desde las finanzas públicas 

como el que los impuestos tienen 

que ser legales, que los impues-

tos tienen que respetar la capa-

cidad de pago, que los impues-

tos no pueden involucrar multas 

llamadas confiscatorias (no está 

claramente definido lo que quie-

re decir confiscatorio), que los 

impuestos tienen una dimensión 

de secretividad; y también hay 

un principio de inocencia en ma-

teria de justicia tributaria. Estas 

cláusulas pueden sonar bastantes 

razonables, pero en la práctica 

han dado lugar a controversias 

tremendas en el ámbito constitu-

cional, lo que le ha permitido a 

la Corte de Constitucionalidad de-

tener y revertir numerosas refor-

mas tributarias en Guatemala. 

También ha habido intentos 

de restringir severamente el 

gasto público directamente y 

no solo por la vía de una baja 

recaudación. Constituyentes de 

orientación neoliberal intentaron 

ponerle un límite al Estado en 

1985, que se reflejó en la idea 

de incluir en la Constitución un 

artículo que estableciera que el 

gasto público no podía ser mayor 

al 10% del PIB, propuesta que 

afortunadamente no fructificó. 

Actualmente estamos como con 

un gasto público que equivale 

al 13% del PIB. Con el 13% 

somos el país del mundo que 

menos gasto público tiene como 

proporción del PIB. Según el 

Banco Mundial, de los 186 países 

que hay registrados por el Banco 

Mundial, Guatemala está en el 

lugar número 186 cuando se 

compara gasto público con el PIB.  

Este es probablemente el 

indicador que mejor refleja la 

debilidad fiscal, y de manera 

más amplia, la debilidad del  

Estado guatemalteco.

Las exoneraciones, condo-

naciones, la educación privada y 

la religión están exentas de pa-

gar impuestos. Además, el pre-

sidente tiene la potestad para 

dar amnistía tributaria, es decir, 

si hay multas porque se atrasó 

el pago de impuestos, el presi-

dente puede quitar esas multas. 

Esto debilita en particular la au-

toridad del ministro de Finanzas 

para llevar a cabo una política 

fiscal unificada. También hay 

una serie de asignaciones fijas 

en el presupuesto que determi-

nan cuánto por ciento del PIB o 

algún otro monto que tiene que 

asignarse a ciertos sectores. 

 

El caso más llamativo es el de 

deportes, pero hay otros, como 

las municipalidades y los conse-

jos de desarrollo, aparte de otras 

entidades descentralizadas. A lo 

anterior hay que agregar el pago 

de salarios, pasivos laborales y 

el servicio de la deuda, que su-

man más de dos terceras partes 

del presupuesto.