Espacios Políticos, año X, número 16, noviembre de 2017, pp. 111-113
El servicio justo de la fe en el amor
conocimiento y alegres por el bien
que hacen desde su profesión y
desde su vocación humana.
Los estamos invitando a que
sigan amando desde lo que son y
desde lo que hacen. Tengan el amor
como su centro, como su medida
y como el término de todos sus
deseos. Recuerden que el amor no
se ordena pero es el amor quien
ordena todo. Varios pensadores y
escritores afirman que necesitamos
la moral y la ética cuando falta el
amor. Quizás por eso tenemos tanta
necesidad de ética y de moralidad.
No solo ser buenos sino
también amorosos, a la belleza de
la bondad unir la alegría del cariño.
A ese deber cumplido por su carrera
terminada unan al gozo de gustar
su carrera como servicio. Pues el
deber expresa, comunica y revela
que solo nos obliga a hacer lo que
el amor, si se hallare presente,
suscitaría, impulsaría y lo haría
visible sin ningún tipo de obligación.
La moral prescribe y legisla
llevar a cabo, por deber, esa misma
acción que el amor, si estuviera
presente y sostuviera, habría llevado
a cabo ya libre y gustosamente.
San Agustín dice: ama y haz lo que
quieras. Es decir, la máxima del
deber es: actúa como si amaras. El
amor no es una orden, los antiguos
le llamaban un ideal, el ideal de la
perfección, el ideal de la santidad
en la línea cristiana.
Dicen los pensadores que
no nacemos virtuosos, sino que
llegamos a serlo. El gran camino
para llegar a serlo es la educación.
De ahí la importancia de todas esas
relaciones donde se juega esta
educación: la familia, la escuela (la
universidad) y la sociedad. Desde el
hogar nos enseñaban a comportarnos
y actuar educadamente. Esto al
principio significaba imitar una
virtud, ir asumiendo un valor.
Nuestros abuelos la nombraban
urbanidad.
La urbanidad era el despertar a
esta educación, en una vida, en una
persona bien dirigida, y sustentada
tiene menos importancia porque
cada vez más nos hacemos virtuosos
y llenos de valores. Por eso, quizá
como en el lenguaje, empezamos
imitando el amor. Una madre o un
padre nos repite: diga ma-má, pa-pá
hasta que aprendemos a decirlo y
saberlo reconocer en un rostro. Así
también nos decían «haga ojitos a
tal persona», salude a su tía, dele
un besito a esta persona que se va.
Aunque nos haya faltado ese camino