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Espacios Políticos, año X, número 16, noviembre de 2017, pp. 89-110
Del Estado agresor al Estado humanizador
de vista de las víctimas. Es decir,
que su legalización ha de tener
como horizonte el bien jurídico
tutelado por excelencia: la dignidad
humana, como materialización de
una imagen que la humanidad ha
proyectado respecto de sí misma.
Como bien ha apuntado Montano
(2004), se trata de un asunto tan
polémico como metafísico. Sin
duda, se trata de un concepto que
puede revisarse desde la filosofía,
sobre todo de aquella que de la
afirmación de la dignidad absoluta
de la persona (Beorlegui, 2004).
Para ser estratégica, esta
nueva ruta no puede trazarse ni
desde el ánimo de «erradicar el
narcotráfico» o de emprender una
«exitosa guerra contra las drogas»
o de gestar un «mundo libre de
drogas». Ha de hacerse, sin duda,
desde la persona vulnerada.
Cara a cara con el rostro del otro
a quien se ha negado el desarrollo
de su plenitud humana, a quien se
le han vulnerado sus derechos. Acá,
pues, no se trata de reflexionar
sobre
traficantes,
usadores,
abusadores o dependientes. Ni
sobre burócratas, planificadores o
relacionistas. La pluma, acá, traza
campesinos para quienes plantar
amapola es más rentable que
cosechar papa, frijol, maíz o café.
Quienes tienen poco acceso a la
satisfacción de sus necesidades en
materia de seguridad, educación,
justicia y salud a través del Estado.
A quienes se les excluye de la
discusión sobre la gestión de su
territorio y, en su lugar, se imponen
medidas represivas. En rigor, más
que represivas, truncantes. Y nótese
que, por opción metodológica,
se opta acá por no complejizar
el análisis con la adición de otro
cúmulo de víctimas: quienes no
tienen acceso a medicamentos para
el tratamiento del dolor.
Como sostiene Beorlegui
(2011, p. 25ss.), la característica
del humano radica en partir de
la «evolución que nos entronca
con el resto de las especies vivas
(hominización)» para, desde ahí, dar
un «salto al mundo de la cultura, como
consecuencia de la emergencia de
un sistema cualitativamente nuevo
de vivir»; a saber, el trascender
los automatismos biológicos para
asumir la tarea de «hacernos cargo
de nuestra vida e ir conformándola a
través de nuestras decisiones libres
(humanización)».
Es decir, que lo propiamente
humano consiste en acabar de
construirnos, a partir de una
pluralidad de imágenes de las
posibilidades de «sí mismo», en
alteridad con los demás otros seres
humanos. Con los otros, en una
constitutiva interacción tanto con el
entorno natural como con el animal,
desde la conciencia y la libertad.