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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
se despertaron voces moralistas en
occidente que culminaron a inicios del
siglo XX, especialmente en los Estados
Unidos, donde el obispo de origen
canadiense designado a la diócesis de
Filipinas, Charles Henry Brent, cabildeó
ante el presidente Theodore Roosevelt
para promover la prohibición del opio.
Se creó en 1901 la Comisión del Opio
de Shanghái
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y en 1909 la Convención
que dio lugar a la Convención de la
Haya de 1912. La oleada prohibicionista
en los cónclaves mundiales creció bajo
la influencia de los Estados Unidos,
ampliándose a otras drogas.
5
(Chabat,
anuales a 40.000 en muy poco tiempo. Se sabe
que el mandarín Lin HseTsu reclamó a la reina
Victoria por esta interferencia en el comercio que
la misma Inglaterra había prohibido; enterada la
Cámara de los Comunes, decidió mantener el lu-
crativo negocio. La declaración de guerra al opio
fue considerada en Inglaterra un intolerable acto
contra la sacrosanta libertad de comercio y mo-
tivó la invasión británica del coloso asiático. El
“irrespeto prohibicionista” de Lin le costó a China
la pérdida de Hong Kong, que tuvo que entregar
en un tratado de rendición (1842). Sin desmontar
de forma oficial la restricción, el humillado man-
datario se vio obligado a abrir la puerta para que
el comercio de opio inglés, proveniente de India,
invadiera su territorio. Unos años después legali-
zó la importación con un pequeño impuesto, pero
ya el consumo había crecido de forma sorpren-
dente”. (Samper, 2013, p. 81).
4 La Comisión del Opio se integró por represen-
tantes de 13 países que propuso la prohibición
del opio excepto para usos médicos, a diferen-
cia de Estados Unidos que pretendía una total
restricción. “El estadounidense Hamilton Wright,
quien entonces ya era considerado el padre del
prohibicionismo, pensaba que la veda total era la
única manera de defender su país de una posible
invasión de las drogas”. (Samper, 2013: 82).
5 “…la Segunda Convención del Opio firmada en
Viena en 1925 […] restringía el tráfico de opio,
cocaína, morfina y cannabis. En la línea del endu-
recimiento las Convenciones de Ginebra de 1931 y
1936 pedían endurecer las penas contra los trafi-
cantes de drogas ilícitas”. (Chabat, 2014, p. 225).
2014, pp. 224-226; González, 2014,
pp. 44-52; Pardo, 2010, p. 14; Samper,
2013, pp. 80-84; Thuomi, 2009, pp.
44.45).
Estados Unidos encarna
precisamente la doble circunstancia
de convertirse en el mayor consumidor
de drogas y en el principal inspirador
del modelo prohibicionista. Mientras
Roosevelt auspiciaba la Comisión
del Opio de Shanghai, su propio
territorio tenía un siglo lidiando con
la producción casera y consumo del
alcohol, una sustancia psicoactiva,
cuyos daños y estímulo adictivo tenía
sus propios efectos en las relaciones
familiares, sociales y laborales. Es
conocida la culminación de este
intento por detener las repercusiones
del consumo del alcohol en la
promulgación de la Ley Volstead en
1919, que por el contrario de sus
intenciones, promovió una creciente
producción y tráfico clandestino,
con crecientes efectos de corrupción
manejada por unas cada vez más
poderosas redes mafiosas con
conexiones con las propias italianas,
irlandesas y judías. Cuando la
ineficacia de la Ley Volstead fue
evidente y su fracaso terminó en
su derogación en 1933 “los grupos
[…] habían crecido […]. El “capo”
de Nueva York, Salvatore “Lucky”
Luciano, comandaba uno de los
primeros cárteles transnacionales del
mundo, con altos grados de jerarquía,
organización y división territorial”
(González, 2014, p. 58).