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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
consolidaban operadores partidistas
asociados a nuevas condiciones de
reproducción del capital. Esto tienen
en común los partidos políticos como
FRG (Portillo), GANA (Berger), UNE
(Colom) y Patriota (Pérez Molina).
Más recientemente vuelve a suceder
esto con Jimmy Morales (FCN).
El círculo vicioso de esta
“democracia” post-Acuerdos de Paz
es que presupone la pobreza y la
violencia como condicionante de
la reproducción partidista y, en el
fondo, capitalista. ¿Qué nos dice
sobre la especificidad estatal esta
relación que se establece entre las
comunidades sociales y el proceso
partidista-mercantil? Primero, el
Estado se recrea desde la atomización
de las relaciones sociales concretas
y la fragmentación de los espacios
de democracia directa, comunal
o de barrio. Las obras públicas
(pavimentación, drenajes, agua)
son condicionadas por la afiliación
partidista, si bien los negocios
se establecen de forma privada.
El dinero posibilita la concreción
de un uso social mientras este
adquiere un valor de cambio para los
contratistas oficiales: municipalidad
y constructora, por ejemplo, en
interrelación de ganancia. Segundo,
ya que lo público justifica lo privado
y, sucesivamente, la necesidad social
una producción capitalista, entonces
el Estado promueve y permite desde
su núcleo más íntimo la separación
entre la comunidad y los propietarios
del dinero. De modo que la política
partidista implica una privatización
de la riqueza social vuelta, entonces,
propiedad privada.
El partido político es pues un
canal de enajenación de la actividad
y necesidad social respecto de su
producto, convertido en dinero,
afiliación política y mercancía. El
Estado en su más íntima expresión
necesita la creciente subordinación de
la actividad humana a la chata y llana
identidad con el dinero. Así pues, lo
político es momento de la expresión
económica y lo económico es un canal
político. Por último, la corrupción
–o apropiación privada de recursos
públicos– no es una irracionalidad
dentro de un sistema racional, sino
una posibilidad inherente y constante
de la separación entre lo social y lo
privado. Ahora bien, en la especificidad
guatemalteca, el Estado mismo se
reproduce en la vida y muerte de sus
partidos políticos, siendo la línea de
continuidad la disputa de los grandes
capitales regionales. En este sentido,
ningún partido político ha repetido
mandato desde la instauración
del régimen electoral-democrático
guatemalteco.
No obstante, son las corporacio-
nes políticas las que se intercambian
y repiten mandatos, siendo el Con-