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hallado un nuevo filón con la exportación de niños que buscan 
reunirse con sus familiares, o facilitar que sus familiares sean 
admitidos tras ellos. ¿Pero en qué condiciones vivían estos 
niños en sus propios países, antes de ponerse en marcha a lo 
largo de miles de kilómetros hacia la frontera que sus mayores 
han buscado de manera tan persistente antes que ellos?

Estos pequeños Ulises tampoco tienen nombre, y lo mismo que 
sus padres también son solo cifras. Viven su propia aventura 
épica, pero nadie cantará sus hazañas. Subidos al tren de la 
muerte, andando por veredas ocultas, mendigando, expuestos 
a abusos y violaciones, y también a perder la vida que apenas 
empiezan a vivir, son hijos de la miseria y el desamparo, y eso es 
lo primero que olvidamos. 

Olvidamos que las sociedades centroamericanas en que 
nacieron siguen siendo injustas, divididas entre quienes tienen 
mucho, o demasiado, y quienes viven al margen porque no 
tienen oportunidades, empezando por la educación, cuyos 
déficits y deficiencias siguen representando el impedimento más 
frustrante para el desarrollo. 

Y estos niños que emigran, y que serán deportados masivamente 
y devueltos a los lugares donde iniciaron su éxodo, nacieron 
sin esperanzas y por eso van a buscarlas lejos. Huyen del 
reclutamiento forzoso de las pandillas criminales, igual que sus 
padres huyen de la violencia del narcotráfico y de la violencia 
que significa la miseria.

Mi primera pregunta es: ¿son ellos también parte de los otros, 
aquellos en quienes no nos reconocemos porque son distintos?