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Imaginar al otro
El tren de carga en el que muchos de ellos hacen el trayecto
desde el sur de México, apiñados en los estribos y en el lomo de
los vagones, ha sido bautizado por ellos mismos como La Bestia.
Un Leviatán de tierra firme montado sobre rieles que los lleva
en un viaje por el infierno a través del paisaje desolado y hostil
que necesitan atravesar para llegar al paraíso vedado; un viaje
al que muchos de esos pasajeros anónimos e indocumentados,
que han dejado todo atrás, no sobrevivirán, desnucados a
consecuencia de una caída del tren, machacados por las ruedas.
Asesinados. Secuestrados. Desaparecidos.
Nunca nadie llegó a imaginar que secuestrar pobres
y extorsionarlos, hacerlos víctimas de represalias, torturas y
asesinatos, convertirlos en toda una industria de centenares de
millones de dólares, sus vidas sometidas al arbitrio de las bandas
criminales que los acechan en cada recodo del camino, pudiera
llegar a ser posible. Lo es. El tráfico de emigrantes en manos de
los «coyotes», al lado de los beneficios de las organizaciones que
como Los Zetas se lucran de los secuestros y del trabajo esclavo
a que los someten, se coloca inmediatamente después del tráfico
de las drogas en cuanto a montos y rentabilidad.
Pero también los niños dejan sus hogares, la mayoría de ellos
solos, y emprenden el camino hacia la frontera de las ilusiones.
Son miles. Unos logran llegar a territorio de Estados Unidos.
Otros van a dar a albergues humanitarios en México, o ahora
mismo van de camino.
Crisis migratoria. Crisis humanitaria. Pero no olvidemos que,
antes de nada, se trata de una crisis ética. Es cierto que quienes
manejan el multimillonario negocio de la emigración ilegal han