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Imaginar al otro

francés como un argelino. O un cristiano como un musulmán, o 
viceversa. O un chiita como un sunita o viceversa. O un católico 
como un protestante, o viceversa.

El joven periodista catalán Agus Morales, hace en su libro  
No somos refugiados una exploración de los éxodos contemporáneos 
en el mundo, consecuencia de un intensivo trabajo de campo, 
pues ha estado en todos los lugares cuyos conflictos describe,  
en los campamentos de auxilio de Médicos sin Fronteras.  
Y cuenta los muros que hoy día separan a los pueblos, erigidos 
para evitar las migraciones, o simplemente para dividir.

El consabido muro entre Estados Unidos y México. Otro en 
Ceuta y Melilla para cortar el paso a los marroquíes. El que 
divide Botsuana de Zimbawe. El que se alza entre Arabia 
Saudita y Yemen. El de Israel para aislar a Palestina. El que 
divide en dos Chipre. Otro entre Turquía y Siria, y otro entre 
Turquía y Grecia. Otro entre India y Pakistán, y otro entre India 
y Bangladesh. El que hay entre Corea del Norte y Corea del 
Sur. Entre Afganistán y Uzbekistán. Y el muro líquido que es el 
mar Mediterráneo, que tratan de atravesar refugiados somalíes 
esclavizados en Libia, libios víctimas de la anarquía, sirios que 
huyen de las ciudades convertidas en escombros bajo el fuego 
de los misiles.

En Myanmar, la antigua Birmania, la mayoría de la población 
profesa el budismo. Pero están los rohingya, un grupo étnico 
musulmán bengalí asentado al norte del país, en la frontera con 
Bangladesh. Aunque el gobierno civil está nominalmente en 
manos de Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz (1991),