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Imaginar al otro
y por fin enemigos. Ser nada más tolerantes, se queda en una
actitud condescendiente, como la de quienes habitan en una
misma ciudad, pero en barrios separados, y aun cuando hablen
la misma lengua, viven en una babel del espíritu, porque no
quieren oírse, ni les interesa oírse.
Amos Oz no ha dejado de hablar un solo día sobre la necesidad
de la paz y la concordia entre palestinos y judíos, por lo que
también ha sido acusado de traidor por sus propios compatriotas,
mientras, a su vez, también hay palestinos que no terminan de
tolerarlo. Uno puede conformarse con la tolerancia, pero más
allá de la tolerancia se hallan la convivencia y el entendimiento,
y mejor que eso, la identificación.
No basta tolerarse. Hay que hacer el viaje de nuestra mente
hacia la mente ajena, y vivir dentro de ella lo suficiente para
que, al salir, ya no seamos otra vez los mismos. De ninguna
otra manera podría resolverse el conflicto recurrente, odioso
y tan sangriento entre israelitas y palestinos, que deberán vivir
un día en paz, compartiendo el mismo ladrillo en que los han
confinado la geografía y la historia. Y en América Latina,
vivimos en ladrillos de diferentes tamaños, y cercados por
muros visibles e invisibles, el primero de ellos el del egoísmo.
Otro judío que habla el mismo lenguaje de Amos Oz, es Daniel
Barenboim, músico de genio universal. Aspira a que haya una
orquesta sinfónica formada por israelitas y palestinos, y ha
creado en Ramala un jardín de infancia musical para niños
palestinos, de lo que ha resultado una orquesta juvenil. Y para
que no queden dudas de que quiere ir más allá de la tolerancia,