11

nacional de literatura de Israel, y al mismo tiempo la extrema 
derecha confesional lo acusó de traidor ante el Tribunal Superior 
de Justicia. Traidor, como había sido el caso de su personaje 
infantil, Tolfi, por enseñar hebreo al enemigo.

Antes del Premio Príncipe de Asturias, había obtenido ya el 
Premio Goethe, y al recibirlo en Fráncfort recordó en su 
discurso que un día se había jurado nunca poner un pie en 
Alemania. Agravios, de esos que uno arrastra como si se tratara 
de una pesada cadena atada a los tobillos, tenía suficientes.  
Y dijo también que imaginar al otro es un antídoto poderoso 
contra el fanatismo y el odio. 

No simplemente ser tolerante con los otros, sino meterse 
dentro de sus cabezas, de sus pensamientos, de sus ansiedades,  
de sus sueños, y aún de sus propios odios, por irracionales que 
parezcan, para tratar de entenderlos. 

¿Somos nosotros capaces de hacer ese viaje imaginario hacia 
los 

kiche’s, los tz’utujiles, los lencas, los miskitos, los talamancas,  

los garífunas, los creoles? ¿Entender su honda relación 
sacramental con la naturaleza, los ríos, los bosques, la selva, 
la montaña, esa pasión perseverante por preservar su universo 
sagrado por la que asesinaron a Bertha Cáceres en Honduras, 
opuesta a la explotación minera en las tierras ancestrales lencas?

Si la buscamos, siempre hallaremos una salida al círculo 
vicioso de los rencores y las inquinas que se abren como llagas 
purulentas en la piel de aquellos que se sienten tan distintos de 
otros como para creerse contrarios de esos otros, adversarios,