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Imaginar al otro

Buscan alcanzar el Darién, la primera puerta cerrada que tienen 
que burlar para avanzar por el territorio de Panamá, y luego 
Costa Rica, hasta la siguiente estación prohibida, Nicaragua. 
Junto a ellos, marchan miles de haitianos.

Por su posición geográfica, que conecta las dos masas 
continentales, desde tiempos milenarios Centroamérica ha sido 
un puente de migrantes que bajaban desde el norte o subían 
desde el sur, un territorio de fusión de razas, culturas y lenguas. 
Pero los migrantes de hoy día no quieren quedarse, solo quieren 
pasar. Su meta es la arcadia que está detrás del muro, la que se 
representa en sus cabezas como un mundo en tecnicolor, el final 
feliz de todas sus penurias.

Los africanos vienen huyendo del hambre y la desesperanza,  
de la miseria y el abandono. ¿Nos suena extraño? Y también de 
las guerras tribales, de persecuciones, del fanatismo religioso,  
de sus aldeas incendiadas, del desierto que avanza implacable con 
sus arenas ardientes, de la muerte de los cultivos; los haitianos 
huyen de la pobreza crónica, de las calamidades provocadas por 
las catástrofes naturales, huracanes, terremotos, sequías, y del 
fracaso político de un Estado en descomposición. 

En Nicaragua, la política oficial de contención les cierra el 
paso, y son capturados y devueltos al territorio fronterizo de 
Costa Rica donde se hacinan en campamentos de emergencia.  
Pero vuelven siempre a intentarlo, andando de noche por 
trochas ocultas para no ser descubiertos y escondiéndose de día, 
en busca de alcanzar la estación siguiente, que es Honduras, 
y de allí seguir adelante, hacia México.