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equidad y justicia distributiva. Y el poder político y económico 
es responsable de ese fracaso ético que ha permitido, entre otros 
males, que la corrupción se adhiera como una piel purulenta al 
cuerpo social.

Muchos de estos pequeños, los que logran pasar al otro lado 
y se encuentran recluidos en campamentos en Texas, Arizona 
o California, al ser preguntados por los motivos de su largo 
y azaroso viaje, a veces responden como adultos y dicen que 
venían tras una vida distinta. «Aquí hay trabajo, se puede 
comer y tener casa, aquí todo es barato…», dice uno de ellos. 
Otro simplemente dice que emprendió camino desde su aldea 
remota para no morirse de hambre. Y otros más hablan como 
lo que son. Niños. Dicen que querían conocer Disneylandia.  
O comerse una hamburguesa. 

El muro entre Estados Unidos y México se ha vuelto un asunto 
familiar para nosotros. Si nos preguntan qué opinamos, todos 
estamos en contra. Pero mientras sigamos siendo una fábrica de 
alto rendimiento para producir pobres, las olas de emigrantes 
seguirán yendo hacia ese muro y buscarán como atravesarlo a 
cualquier costo, o se estrellarán contra él.

Es un muro para los otros. Los muros son siempre para los 
otros, para los extraños, para los que son diferentes. Y no solo 
eso. Inferiores. Así es como son vistos los centroamericanos 
por muchos del otro lado de ese muro, empezando por quienes 
proclaman la supremacía blanca. Los 

rednecks, los beatos del 

cinturón de la Biblia, los racistas profesionales del Ku Klux 
Klan, los devotos del 

tea party.