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Por su parte, los estudiantes proporcionan un estilo a la 
universidad con sus personas y relaciones, sus expresiones y 
su creatividad. La vida estudiantil que comparten se convierte 
en un elemento formativo más de la propia universidad. El 
protagonismo se encuentra en los propios estudiantes, que son los 
que van definiendo la atmósfera de la universidad, los intereses, 
las cuestiones sobre las que se habla, etc. A la universidad le 
corresponde proporcionar las estructuras y organización 
indispensable para canalizar lo mejor de ese protagonismo de 
los estudiantes en su diversidad. La vida estudiantil proporciona 
también datos de realidad que pueden llevar a pensar en la 
orientación de las pedagogías y ofrece ventanas de oportunidad 
para introducir la misión.

A su vez, una universidad jesuita –en realidad, como cualquier 
obra de la Compañía– deberá ser un lugar donde la gente se 
sienta acogida, en la que haya una preocupación y atención por 
cada persona, donde se encuentren en una atmósfera que las 
permite y anima a crecer humanamente. Un espacio donde se 
practica la generosidad, en el que resuenan los sufrimientos y 
preocupaciones del mundo, y en el que se abordan las cuestiones 
con profundidad, rigor y seriedad. 

Son numerosas las universidades que han ido construyendo una 
comunidad apostólica, donde comparten las motivaciones y el 
sentido de su vocación universitaria, situándola en relación a la 
misión de la Compañía. Estas comunidades apostólicas están 
permitiendo involucrar al personal universitario en los procesos 
de definición de la misión y visión de la universidad, lo cual a su 
vez lleva a un mayor sentido de participación y pertenencia. Estas