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La promoción
de la justicia
último sobre su desempeño. No son los docentes totalmente
responsables de lo que hagan los exalumnos, desde luego que
no, pues no hablamos de autómatas, sino de sujetos responsables
de sus decisiones y sus actos. Pero sí podrán ponderar en el
conjunto de sus antiguos alumnos cuál fue la calidad de la
formación que les ofrecieron.
En realidad, su educación habrá tenido sentido en la medida en
que las vidas de sus estudiantes alcancen sentido humano pleno.
Por eso, la educación universitaria no consiste fundamentalmente
en
informar, sino en formar a toda la persona, para que esta
alcance sabiduría. Esta educación debería permitirles combatir
la globalización de la superficialidad en la que estamos inmersos
y de la que habla repetidamente nuestro P. General Adolfo
Nicolás. En la tradición de la Compañía creemos hoy que
nuestros estudiantes deben llegar a ser personas conscientes,
competentes, compasivas y comprometidas. Ciudadanos del
mundo responsables de la casa común. No lograrlo es un fracaso,
aun cuando pueda no ser atribuible a la educación universitaria,
o al menos no de modo exclusivo. Si sus alumnos solo miran
por sí mismos y por su dinero, se desentienden de los problemas
sociales, o peor aún, son conniventes con los abusos o buscan
y se aprovechan de privilegios, nuestra educación no habrá
valido la pena. Demasiado esfuerzo y dedicación para dotar de
instrumentos y capacidades a quienes no aspiran al bien común
o lo dilapidan.
Como decía el P. Kolvenbach el criterio real de evaluación radica
en la calidad humana que alcanza el estudiante, no solo en el
campo profesional o intelectual, sino también en el psicológico,
moral y espiritual. Se trata de dotar a los “alumnos de valores