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los enfermos y organizó la colecta de limosnas para atender a los 
pobres. Lo sabemos porque hay documentos que recogieron los 
testimonios de los vecinos durante el proceso de canonización, 
en los que aportaban numerosos detalles.

Cuando hoy visitamos el hospital de la Magdalena, que conserva 
buena parte de su antigua fisonomía, vienen a la memoria los 
textos del primer documento fundacional de la Compañía, que 
conocemos como 

Fórmula, donde se dice que el jesuita debe 

estar preparado para “reconciliar a los desavenidos, socorrer 
misericordiosamente y servir a los que se encuentran en las 
cárceles o en los hospitales, y (para) ejercitar todas las demás 
obras de caridad”. Desde antes de su fundación, la Compañía 
de Jesús experimentó la llamada a vivir junto a los pobres y 
a servirles. Entre ellos ha encontrado el sentido y consuelo 
propios de quien sigue a Jesús. La caridad –en su sentido más 
amplio, es decir, personal, cultural y política– es uno de los ejes 
sobre los que ha pivotado la misión de la Compañía. 

Existe por tanto en la espiritualidad ignaciana una 

centralidad del 

pobre. Las fronteras de la pobreza, la marginación, la injusticia, 
la inhumanidad son espacios privilegiados donde encontrarse 
con Dios y profundizar en el misterio de la realidad. Mirar la 
realidad desde abajo, desde los pobres, desde sus sufrimientos, 
luchas y esperanzas es un modo preferible de acceso a la verdad, 
la divina y la humana.

Han transcurrido muchos siglos desde tiempos de Ignacio. 
Nuestro conocimiento del mundo es hoy muy diverso al que 
tenían aquellos primeros compañeros. Las ciencias naturales nos