2
La promoción
de la justicia
su tiempo representaba la grandeza de una familia noble, que
estaba ligada a la Corona de Castilla.
La visita a la Santa Casa, como la llamamos los jesuitas, nos
permite asomarnos a episodios de historia preservados tras
aquellos muros. Nos sume en la atmósfera de la vida de Íñigo
de Loyola, aspirante en su juventud a alcanzar buen nombre
y realizar grandes gestas. También nos ofrece la oportunidad
de orar, en la que conocemos como “capilla de la conversión”,
la estancia donde Ignacio sintió la llamada de Dios, mientras
convalecía de las graves heridas sufridas en Pamplona. Según
reza un texto inscrito sobre una de las vigas del techo, “aquí se
entregó a Dios Iñigo de Loyola”. En 1522 abandonó aquella
estancia y se dirigió a Manresa, donde vivió una profunda
transformación interior.
Ignacio salió de la casa de Loyola animado por el deseo de seguir a
Jesús. Solo regresaría a Azpeitia, el municipio donde se encuentra
Loyola, 13 años más tarde, en 1535, tres meses después. El
hombre que tornaba era otro, distinto. No se alojaría en aquella
casa solariega donde vivía su hermano mayor, quien le insistió
que se hospedase con él. Optó por el hospital de la Magdalena, a
las afueras de la villa, hogar de mendigos y enfermos. Tal era su
costumbre desde la conversión. Había escogido vivir entre los
pobres y servirles. Ignacio, que había contemplado tantas veces
al Cristo pobre y humilde del Evangelio, se sentía inclinado
hacia los últimos y había elegido vivir como ellos. En aquellos
tres meses pidió públicamente perdón por fechorías cometidas
en su juventud, resarció a quienes había dañado, reconcilió
familias desavenidas, enseñó el catecismo a los niños, atendió a