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indígenas que no solamente logran resistir los embates de la 
modernidad basada en los principios del neoliberalismo (el 
capitalismo en su fase corporativa), sino que los enfrentan, 
remontan y desafían, tanto en su dimensión material, como 
en el campo de las ideas, valores y principios filosóficos. Este 
proceso de resistencia, que va más allá de las modalidades que 
toman los nuevos gobiernos progresistas de la región, conduce 
de lleno a una época de recuperación de la memoria colectiva, 
pues conforme la modernidad industrial se fue acentuando, se 
fue perfeccionando un “mundo instantáneo”, desprovisto de 
recuerdos, una sociedad amnésica. 

Por el contrario, como hemos mostrado, en la América 
Latina se ejecutan nuevas iniciativas y proyectos basados en la 
recuperación de los logros del mundo tradicional, en los que los 
actores sociales afirman el poder ciudadano o social orquestados 
por un objetivo común: la creación de formas alternativas 
de producir, circular y consumir. Ahí la agricultura orgánica, 
el manejo ecológicamente adecuado de bosques y selvas, la 
pesca sustentable, la conservación de la biodiversidad y del 
germoplasma, el comercio justo, el consumo responsable, son 
prácticas que se construyen a partir de otros valores opuestos a 
los que dominan el mundo moderno. La diversidad, solidaridad, 
reciprocidad, el bien colectivo, la pequeña escala, el impulso a lo 
local, el diálogo intercultural, la ética ambiental, la autogestión y 
democracia participativa, se están convirtiendo en piezas claves. 

El gran desafío es entonces, la de visualizar una “modernidad 
alternativa”, un modelo de civilización basado en otros valores a 
los que hoy dominan. Lo anterior supone construir o reconstruir 
el poder social en territorios concretos. En esta perspectiva, la 
superación de la crisis civilizatoria será la sustitución paulatina