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sin petróleo y los otros combustibles fósiles (que son la causa
principal del desbalance climático); (iii) construir el poder
social como contrapeso al poder político y al poder económico
(lo cual supone entre otras cosas decirle adiós a los partidos
políticos, a los bancos y a las gigantescas corporaciones) y, en
íntima aleación con lo anterior, (iv) salir del capitalismo. Estos
cuatro objetivos se hallan ineludiblemente conectados y están
recíprocamente condicionados.
Sin ser un campo de conocimiento consolidado, sino más bien,
una nueva área en construcción, la “ecología política” intenta
analizar los conflictos desde una perspectiva que articula las
relaciones entre la naturaleza y los seres humanos con las
relaciones sociales mismas. Surgida con gran fuerza en la década
de los noventa del siglo pasado, un hecho corroborado por
la aparición de revistas sobre el tema en Inglaterra, Estados
Unidos, España, Francia, Italia, Grecia e India
1
, el número de
autores que abrazan esta “disciplina híbrida” se ha extendido
y multiplicado, algunos de los cuales han realizado reflexiones
teóricas (Toledo, 1983; Garrido-Peña, 1996). Como en el resto
del mundo, en Latinoamérica la ecología política ha tenido una
expansión inusual, especialmente en los conflictos sobre el uso
de los recursos naturales que se escenifican en las áreas rurales
(Toledo, 1992; 1996; Alimonda, 2002 y 2006).
1 Se trata de
Capitalism, Nature, Socialism, Journal of Political Ecology, Ecología Política,
Journal de Ecologie Politique, Capitalismo, Natura, Socialismo, The Ecologist, Down to the Earth
y Nature and Society.