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muchas de las claves para la remodelación de las relaciones 
sociales y de las relaciones ecológicas, hoy convertidas en meras 
formas de explotación del trabajo humano y de la naturaleza. 
Por ello resultan de enorme interés los experimentos políticos 
que viven países como Bolivia y Ecuador, donde los gobiernos 
se nutren de elementos de la cosmovisión indígena. Ello no 
significa una vuelta romántica al pasado (tentadora opción), sino 
la síntesis entre tradición y modernidad, que es la disolución de 
su conflicto. Pues así como no se pueden eliminar los preceptos 
rescatables de lo tradicional, tampoco se pueden desdeñar los de 
los tiempos modernos.

En un mundo orientado por una racionalidad instrumental, 
materialista y tecnocrática, las soluciones a la crisis se buscan 
por lo común en los procesos de innovación tecnológica, 
los ajustes al mercado, los productos que se consumen, 
los sistemas de producción, los instrumentos financieros o 
políticos, los medios masivos de comunicación; y muy rara vez 
en el individuo, en el ser y sus expresiones más cercanas, sutiles 
y profundas: su cultura, su comunicación, sus problemáticas, 
sus relaciones con él mismo y con los demás, incluidas sus 
maneras de organizarse y de resistir. No se puede buscar la 
transformación de las “estructuras externas” y visibles de los 
procesos vastos y gigantescos de la sociedad y de la naturaleza, 
sin explorar el mundo (interno, doméstico y organizacional) 
del individuo. El ser humano es un ente complejo que busca 
el equilibrio entre razón y pasión, pensamiento y sentimiento, 
cuerpo y espíritu. Es un ser cuyas conductas y decisiones se 
rigen, no solamente por el mundo consciente del día, sino por 
el universo inconsciente de la noche y de los sueños. El ser 
humano, la cultura a la que pertenece, y que recrea sus vidas