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Tradición y modernidad 

Una de las claves para la correcta comprensión de la crisis de 
la modernidad, y su posible superación, atañe a la significación 
cultural de los mundos que se ubican “antes” o “por fuera”

 

de ese mundo moderno. Las periferias espaciales y temporales 
que por fortuna aún existen como enclaves premodernos o 
preindustriales, son estratégicas para la remodelación de la 
sociedad actual. Por lo común lo tradicional se opone (contrasta) 
a (con) lo moderno.

Los verdaderos focos de radicalidad civilizadora se encuentran 
en aquellos enclaves del planeta donde la civilización occidental 
(urbana, industrial y eurogénica) no pudo o no ha podido aún 
imponer y extender sus valores, prácticas, empresas, y acciones 
de modernidad y supuesto progreso. Estos enclaves coinciden 
con aquellas regiones del orbe, donde todavía persisten 
formas contemporáneas de estirpe no occidental derivadas de 
procesos civilizatorios de un largo aliento histórico. Se trata 
de enclaves predominantes, aunque no exclusivamente rurales, 
de países como India, China, Egipto, Indonesia, Perú, Bolivia, 
Guatemala o México, en donde la presencia de diversos pueblos 
indígenas (campesinos, pescadores, artesanos) confirman la 
existencia de distintos modelos civilizadores, diferentes a los 
que se originaron durante la Revolución Industrial. Estos, por 
supuesto, no constituyen arcaísmos inmaculados, sino síntesis 
contemporáneas de los diversos encuentros que han tenido lugar 
en los últimos siglos, entre la fuerza expansiva de Occidente y 
las fuerzas de resistencia de lo que Eric Wolf (1982) ha llamado 
“pueblos sin historia”. Prevalecen, sin embargo, un conjunto de 
rasgos que permiten delinear esencias civilizatorias diferentes.