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del mundo globalizado han echado por tierra la promesa de 
un mundo mejor, con más progreso, justicia y seguridad, para 
todos los miembros de la especie humana. La utopía industrial 
se encuentra hoy seriamente cuestionada, pues ni el mercado, 
ni la tecnología, ni la ciencia en su versión dominante, han 
sido capaces de ofrecer a los seres humanos las condiciones de 
bienestar y calidad de vida previamente vislumbrados. Por el 
contrario, cada vez aparece más nítida la imagen de un mundo 
donde la injusticia, desigualdad, incertidumbre y riesgo se han 
vuelto comunes. 

Vivimos entonces, una crisis de la civilización industrial, cuyo 
rasgo primordial es la de ser multidimensional, pues reúne en 
una sola trinidad a la crisis ecológica, social e individual, y dentro 
de cada una de estas, a toda una gama de otras crisis. Esto obliga 
a orquestar diferentes conocimientos y criterios dentro de un 
solo análisis, y a considerar sus ámbitos visibles e invisibles. Se 
equivocan quienes piensan que la crisis es solamente económica 
o tecnológica o ecológica, la crisis es múltiple y tiene como su 
expresión suprema al calentamiento global, al cambio climático 
que amenaza con el colapso a todos los procesos del planeta 
Tierra. 

Estamos entonces en un fin de época, en la fase terminal de 
la civilización industrial, en el que la norma es cada vez más: 
escenarios sorpresivos y ausencia de modelos alternativos. Vista 
así, la crisis requiere de un esfuerzo especial, pues se trata de 
remontar una época que ha afectado severamente un proceso 
histórico iniciado hace miles de años, de relaciones visibles e 
invisibles: el metabolismo entre la especie humana y el universo 
natural (González de Molina y Toledo, 2011).